Fingió su muerte para ver la reacción de sus allegados. Familiares, amigos, vecinos, compañeros de trabajo y todos los que tuvieran algún contacto con su vida. Observó sus comportamientos por un orificio en un cuadro. El cuerpo duplicado en cera era perfecto y con un micrófono dentro del ataúd escuchó los comentarios acerca de su muerte repentina. Lloró de desilusión al comprobar que el único ser, de veras triste y conmovido por su deceso, era su fiel perro labrador.