“¡Hola!; es Pedro. En estos momentos no puedo atenderte. Deja tu mensaje. Chaúuu”.
No habían transcurrido cinco minutos cuando comenzó a presionar nuevamente la secuencia numérica del celular de Pedro. Obvió la tecla de rellamado, pues sentía un inexplicable placer en pulsar los dígitos que comunicaban con el móvil de su novio. Escuchó de nuevo el mensaje. Cerró los ojos y suspiró.
Ya tarde, al marcar por enésima vez el número del celular de Pedro, escuchó su voz: —Hola, amor. Ven pronto; deseo tenerte cerca para siempre.
Era un mensaje grabado en los últimos 10 minutos, tiempo transcurrido desde su llamada previa.
Salió a la carrera. Robó las llaves del auto de su padre y olvidando que no sabía conducir, lo encendió y aceleró a fondo.
La tarde del día siguiente, el cuerpo de la enamorada yacía cerca del de su amado, muerto en un accidente y enterrado días atrás en un panteón vecino.