Un señor muy ceremonioso, cordial y coqueto, era conocido como “el viejo del sombrero”. Su nombre era Fermín.
Todos los días por la mañana, salía de su casa, caminando con paso firme rumbo a su comercio. Su clásico sombrero de copa de paño negro, era su mayor orgullo. Con movimientos sincronizados, muy lentos, saludaba con su sombrero a todos aquellos que cruzaba en su camino, en su acostumbrada rutina.
Si concurría a una fiesta, a una reunión de amigos, acompañaba el sombrero, con su bastón, que con elegancia lo llevaba colgado de su brazo.
Su moño impecable ubicado en el cuello de su camisa blanca, era un referente, para todos aquellos mal educados, que se burlaban del “viejo del sombrero”, como lo llamaban.
Su tienda era pequeña pero con ropa de buena calidad. La mercadería había sido elegida para los más exigentes. Sombreros para damas, vestidos de buen paño, chaquetas para caballeros, camisas almidonadas, mas un completo y exquisito muestrario de puntillas de diferentes tamaños y colores.
Las damas mas coquetas visitaban, la tienda del señor del sombrero. Su experiencia en el ramo, le daba la virtud de conocer a cada cliente, de saber sus gustos, sus caprichos, y muchas veces la compra de una prenda que nunca usaría, solamente la quería para que su vecina no la comprara.
Todos los sábados como lo hacía durante los últimos treinta años, iba al club Social a jugar unas partidas de ajedrez. Sus amigos lo esperaban para tomar la copita de licor, charlar sobre hechos de la semana, que en rueda de amigos se hacía más sabrosa.
Era infaltable la visita a Dorotea, la querida amiga de tantos años, que el día domingo se encontrarían en misa.
La misa del domingo era el encuentro obligado de los feligreses del pueblo. Saludos, sonrisas, fuertes apretones de manos, entre otras cosas, complementaban la ceremonia religiosa, que el párroco impartía con fervor desde hace más de veinticinco años.
Todas las familias se preparaban para celebrar la noche de navidad, pero primero debían concurrir a misa, donde con alegría recibirían el nacimiento del niño Jesús.
No podía faltar en la misa Fermín y Dorotea. Pero hoy todo sería diferente. El cambio de su sombrero negro, por uno de color azul, su clavel en la solapa de la chaqueta, indicaban que algo importante cambiaría su vida.
El sacerdote en sus palabras dirigidas a los feligreses, dio Gracias a Dios, por haber iluminado el corazón de dos queridos amigos de esta Iglesia, Fermín y Dorotea.
Un caluroso aplauso selló el cariño de toda una comunidad. Muy pronto recibirán la bendición del casamiento.
La boda fue sencilla, pero con mucho calor humano. Un brindis con sus amigos del Club Social, junto con las amigas de la infancia de Dorotea.
Al otro día todo seguirá igual. Sus caminatas mañaneras, la tienda, las jugadas de ajedrez, pero con una gran diferencia, ya no está solo; el amor de una esposa lo espera, donde podrá compartir las vivencias diarias, los buenos y los manos momentos, que el destino les tiene preparado.