Desamarré en silencio lo que había detrás de cada palabra, detrás del eco que se moría en la eternidad de la distancia mientras desde acá yo te gritaba "invéntame en tus cartas"; desamarré un sueño hecho por tu sonrisa porque al fin de cuentas no me pertenecía, y yo que hasta ayer insistí en atarlo al dolor de un verso en despedida. Me deshice entre brumas y cortinas de una pasión antigua ajena a tus espinas dejando la hoja en blanco, ¿dónde habrá quedado ese capítulo intenso en donde intercambiamos lujurias y disculpas sobre letras? ¿en qué parte de tu pecho la intención de un beso por rodar se habrá quedado, dónde, para atraparlo con mis labios diciéndole que regresé en una de mis cartas?...
Leí el final decretado por tu angustia y tu resignación desde tu boca: hasta nunca otoño dulce y tempestivo quien me desnudó a media tarde para acariciarme toda con su brisa nevada, posando sus hojas secas en mi pelo, sacudiendo los campos de mis entrañas, yendo más allá de la puerta, al interior virgen de mí misma, a mi alma, y que alguna vez me diste a probar la miel simple de tus labios marchitos… Eso escribiste, adiós Leidy, nocturna y serena, luna de viernes, impredecible y niña, tócame sobre tus líneas, moriré primero que tú.
Leí los recuerdos que se niegan a no mirarte desde la ventana, te miran fijamente para descifrar si tus ojos volverán a mirar hacia atrás buscando mi sombra, el tiempo que se caducó entre insinuaciones y carcajadas adolescentes, la fiesta de vivirte en tus brazos con ese calor ausente en mi piel, todo se nos pasó veloz y en la hora cero de aquel Marzo sólo te fuiste, creyendo desde ahí que siempre vuelves, que dibujaste mis huellas en el lado del olvido riéndote sola. Leí tus alegrías y tus pecados en una tarde que soñaba con ser fugitiva y no verme vendiendo lágrimas, a las vidas inmortales que juegan detrás de mi presente bajo la dictadura de mi soledad diciéndome por medio de una lluvia que se inventó que no lea más, “si tan solo ella existiera”.
