Nació y creció en Transilvania en medio de las leyendas sobre vampiros. Son mitos de los ancianos, decía, inventos de viejas, reiteraba el hombre. Las personas mayores le recordaban: “no hay que creer en brujas, pero que las hay, las hay”, y él reía.
Un día amaneció con dolor en el cuello, justo sobre la yugular, se tocó con la yema de los dedos y notó dos pequeñas heridas, se acercó al espejo y no se vio reflejado y le dolía todo el cuerpo con la luz del sol. Se había convertido en uno.