Y ella. La abeja. Continúo su camino, brincando, huyendo del calor del piso, con sus pequeñas patitas ardiendo, sus alas quemadas y, continúo luchando por su vida. por sombra. Una pisada humana llega hasta ella como un edificio aplastador. Y nada. Todos siguen pasando y el sol sigue ardiendo. Solo es una mancha de dos centímetros, que nadie contara su historia.