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     Al comercio de ramos generales de Manolo, llegó esta mañana la Dolores.   Regordeta con su clásico delantal de tela a rayas, pelo recogido prolijamente, todo hacía de ella una señora de su casa. Llevando en su brazo derecho una canasta, que seguramente perteneció a su abuela. “Buenos días Don Manolo”. El almacenero con su lápiz ubicado sobre su oreja, fumaba un puro del mejor. “¿En que puedo servirle, estimada vecina?”.  “Hoy es el cumpleaños de José, y esta noche quiero sorprenderlo con una cena especial”. “Este picaron anda esquivo, y tengo que conquistarlo llenándole la panza”

   “Me parece”, le comenta el sorprendido comerciante, “que debería prepararle un buen puchero con chorizos picantes y vino del mejor, y  como postre frutillas con canela y menta”

   Así lo hizo la alicaída esposa, llevando en su canasta los ingredientes para la cena especial. Unas velas encendidas adornaban la mesa, flores de estación y música completaban la velada. José llegó nervioso de su actividad en el mercado, se sentó a la mesa y comenzó la cena.

  Una vez finalizada la misma, la tierna Dolores le obsequió un sencillo presente, felicitándole con un beso por la fecha de su cumpleaños. “Debo  irme a festejar con mis amigos”, le respondió José, retirándose bruscamente nuevamente a la calle. ¡Qué tristeza!, ¡qué desilusión para esta pobre mujer! Se sentó en la mecedora, tomó un libro de su mesa de noche, y lo observó sin leer una palabra. Un ruido en la puerta de calle la sorprende. “¿Eres tú José? Como si estuviera viendo una aparición, ingresó su José con un exquisito ramo de flores y una botella de champaña. Un eterno beso iniciaría una noche de amor y de reconciliaciones, como hacía mucho tiempo no la tenían.

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