- Vámonos hasta Pantitlan, de ahí yo te acompaño de regreso para que no tengas que venirte solo.
- Una vez que lleguemos aquí, seré el acompañante esta vez.
- Y así van estar dando vueltas.
Unos pocos momentos habían pasado desde que el metro partió – dentro de él se iba la que no esperaba - ; nosotros bajamos sin prisa, había tiempo a pesar de la hora tan avanzada. Teníamos sueño y estábamos bastante cansados, el día resultó ser más complicado que cualquier otro, debo aceptar que en la mayoría del tiempo nos la pasábamos echando relajo, nos pesaba el cuerpo y las tripas arremetían.
- Acompáñanos.
- Otro día, más temprano.
Del grupo solo quedábamos tres, nos dirigíamos hacia el mismo rumbo. Ella se sentó mientras nosotros permanecíamos de pie - alegamos que pasábamos demasiado tiempo sentados – haciendo lo posible por hacer que la plática no terminara; lucimos lo prolífico del habla que llevamos en nosotros a tal grado de olvidar si en verdad utilizábamos la coherencia en lo dicho.
- Deja acuesto a mi hija.
- Pronto vas a bajar.
Incesantemente pronuncie lo pensado…
- Te quieres quedar solo con ella.
- No digas desvaríos.
La idea no era despreciable; era una chica alta, delgada, de pelo quebrado y ojos color avellana; sobre ella mi ignorancia versaba. Hoy estaba acompañándola y no sé si en verdad buscaba este momento desde hace bastante tiempo, ó, lo que veía en ella son los reflejos de una estrella por mi buscada y no encontrada; debía continuar y descubrirlo a través del error propiamente cometido.
Que la suerte me acompañe en la travesía…
- Los dejó entonces.
Se había bajado antes de su parada acostumbrada. Me quedé observándola, se reía como si estuviera nerviosa y trataba de hablar lo más rápido que podía sin levantar la vista…
- Alza el rostro quiero verlo.
Hay comentarios mejor guardados en el silencio, la duda debió ser sepultada con ellos…
- Así.
Era una muñeca más real que la misma realidad…