Por mi actividad en el servicio a la comunidad como rotario, tuve la oportunidad de visitar en un mismo día, las luces y las tinieblas. Por la mañana llegué a una escuelita para niños de capacidades diferentes. Sus caritas y sus miradas reflejaban la necesidad del contacto físico. Apenas crucé el umbral del salón de clase corrieron hacía mí, apretándome con una fuerza extraña. Me preguntaban mi nombre, me besaron en varias oportunidades indicándome alegría por mi visita. En esos momentos mi pensamiento recorría velozmente la bendición de mi infancia, dando gracias a Dios por su varita mágica.
Las abnegadas maestras trataron de llevarlos nuevamente a sus tareas habituales, que de acuerdo a su grado de discapacidad estaban desarrollando.
Recorrí lentamente cada uno de esos rostros, preguntándome ¿Por qué?. Ellos son felices y cariñosos. Su luz interior de vida que recién comienza, la expresan con sonrisas, sin conocer realmente en el mundo que viven.
Terminé mi gestión de servicio, los saludé con la mano, agradeciéndole a la maestra su vocación hacia ellos.
Por la tarde concurrí a uno de los geriátricos que tiene la Ciudad. Toqué suavemente el timbre, viendo a lo lejos un rostro desencajado que me miraba. La encargada del lugar me recibió cordialmente, le explique el motivo de mi visita, acompañándome al recibidor principal. En un sillón de mimbre una anciana a la cual los años se le cayeron encima, jugueteaba con sus manos. A su lado como esperando visita dos abuelos ya sin brillo en sus ojos, conformaban el conjunto de vidas que seguramente en sus mentes, cada uno de ellos esperaba la carroza.
Con una sonrisa de situación traté de saludarlos, darles la mano y preguntarles como se encontraban. Muy poca respuesta logré en ese breve diálogo. Mi presencia para ellos prácticamente pasó desapercibida. Que ironía la vida, pensaba en esos momentos. Aquella lucha, aquellas ganas de vivir quedaron en el camino. No es fácil penetrar en la mente de un anciano cuando pone cerrojo al mundo que lo rodea.
Cuando conversaba con la encargada, irrumpió un abuelo guitarrero que desafinado y con frágil memoria, quiso entregarme una canción. Me parecía estar viviendo en un mundo de fantasía, donde en cada rincón encontraba una sorpresa.
Cuando por la noche debo registrar en mi libro de visitas, no encontraba las palabras justas para describir lo que ese día había vivido. Mi pensamiento corría de un lado a otro y así lo expresé: “Hoy es miércoles……, con la dedicación que me caracteriza en mi trabajo de servicio a la comunidad, tuve la oportunidad de visitar dos mundos opuestos. En el primero la planta que nace y busca un lugar en el jardín; en el otro, la misma planta que perdió la sabia por los años.
Aquella alegría recibida en la mañana por aquellos pequeños, felices en su mundo, se me borró al cruzar la barrera del tiempo. En los dos casos mi corazón latía al mismo ritmo, tratando de lograr un equilibrio emocional ante cada situación. Doy Gracias a Dios por la experiencia vivida, valorando aquella lejana niñez, y pidiendo al ser creador que me tenga reservada una senectud digna, rodeada de afectos y de buenos amigos.