EL AMOR ES SOLO UN DESTELLO EN LA ETERNIDAD
Breves momentos, meros segundos, chispas que nacen únicamente para extinguirse, una luz que antecede a la oscuridad. Nada es perpetuo; somos meras sombras que pretendemos ser reales, inmortales, vivimos así, pero esa no es la verdad. Nos engañamos para poder sobrevivir. Sin ese autoengaño, la vida sería insoportable. Lanzados hacia la muerte desde el comienzo, no es un pensamiento reconfortante. Solo el engaño hace que la vida sea tolerable, pero debemos cuestionarnos: ¿hasta cuándo?
La noche desciende con firmeza sobre la ciudad, sus oscuros brazos se extienden sobre los edificios y estructuras, sumiéndolo todo en la penumbra. Nada es lo que aparenta ser. La luna, que intenta asomarse en medio de la desolación, proyecta sus tenues rayos, emulando al sol, pero con resultados precarios; es solo un resplandor que apenas logra iluminar los rostros de los seres que habitan ese universo nocturno.
Richard enciende su cigarrillo con el fogonazo de una cerilla. Se presenta como un hombre de casi treinta años: ojos pardos, cabello largo, casi femenino, barba tupida, ojos negros profundos y cejas puntiagudas.
La lluvia no da respiro; castiga sin piedad a la ciudad en la que Richard es solo un eslabón. Permanece bajo un refugio que muestra anuncios en la parte superior, pero que no captan su atención.
Un solo instante sería suficiente para él, solo eso. Morir de amor es un estado que nadie desea, pero al que todos aspiran. Karen es el amor de su vida, algo irracional pero al mismo tiempo tangible, como la existencia misma.
Ella asistía a su clase de baile clásico en el reconocido estudio de David Koch. Una multitud nutrida de jóvenes salió de ese lugar, incluyendo a Karen. Su cabello rubio caía sobre su espalda mientras ejecutaba una pirueta que recordaba a los estándares griegos, y sus ojos almendrados parecían traspasar el alma.
Richard apagó su cigarrillo con el pie derecho y avanzó decididamente hasta ubicarse detrás de ella.
― Karen, deseo hablar contigo, soy Richard.
Ella se sorprendió y le interrogó con suavidad:
― ¿Qué buscas de mí? Era una pregunta justa después de tres meses de convivencia, de desolación.
― Te pido perdón si cometí algún error. Eso es lo que busco, saber que esos meses que compartimos juntos, llenos de profundo amor, no fueron en vano.
Karen no podía creerlo. Cierto, habían vivido juntos tres meses, pero no fue un paraíso. La falta de trabajo de Richard y su frustración a menudo se reflejaban en su relación. Él era solo un catalizador de sus fracasos. ¿Qué más podía dar? Las sombras de la soledad y la amargura los envolvieron. El fracaso, la muerte, el fin, todo lo negativo, se hizo presente. Richard se arrodilló, sus brazos cayendo a su lado, su respiración apenas perceptible, sus ojos reflejando desolación. Casi sin voz, dijo:
― Dame otra oportunidad, Karen. No te lo suplico, solo te lo pido. No podría vivir sin ti.
Karen lo miró; sus ojos empezaron a llenarse de lágrimas, que al resbalarse hasta su boca, las percibió saladas. El amor nunca estuvo en entredicho; solo la convivencia era el obstáculo. Karen se arrodilló también, tomó el rostro de Richard con sus dos manos, lo miró con firmeza, penetrando su alma y viendo su sinceridad.
― Vamos a intentarlo de nuevo.
Dos jóvenes se embarcaron en una vida común, sin nada extraordinario, sin nada que resaltara, excepto su amor, su apuesta por él. El amor simplemente eso: un pequeño destello, algo aparentemente insignificante, que pasa desapercibido, pero que cuando se vive, se convierte en algo monumental y eterno para quienes lo experimentan.