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Explorando con atención a Sentisemo, se encuentra con las mismas condiciones de la vida cotidiana.  También aquí, la lucha por subsistir es una competencia férrea donde todo gen es una explosión de humanidad que anima la razón individual.

En Sentisemo hay una casa de inquilinato, donde conviven todo tipo de emociones y sensaciones desde el cual surgen toda clase de sentimientos que cimientan la historia de este fantástico lugar.

Al iniciar el recorrido por esta residencia se percibe, un fresco aroma de alegría y risas, donde algún llanto es, a duras penas, instantáneo.  Aquí todos los inquilinos son tan solo efluvios de inocencia alucinando con la Divinidad, que parecen percibir la perfección del mundo camuflada en su realidad.

A medida que se adentra en la casa, se van encontrando nuevos inquilinos, el variado cuadro de sensibilidades se va engrosando fortaleciendo la familiaridad entre ellos y permitiéndoles una extraña convivencia en medio de claros y oscuros que caldean, entibian y enfrían la mansión. Así es como el aire, en estos pisos intermedios, circula con ansias; con urgencia excesiva por devorarse las horas que marca el reloj y con una inquietud desenfrenada por avasallar la angustia.  Aquí el amor le niega sabor al dolor, aunque después tenga que adoptarlo e integrarlo en su Ser. 

Por supuesto que a medida que se asciende a los pisos más altos, la presión de la carrera por vivir se hace cada vez menor y el ímpetu de los inquilinos por tragarse los calendarios que calculan la vida comienza a ceder.  Por ende, aquí, en los pisos más altos de la morada se encuentra al inquilino tenebroso y poderoso, que ha venido ascendiendo agazapado para poder sobrevivir al poco aprecio que los demás inquilinos le han demostrado.  Si amigos, aquí en la casa de Sentisemo también existe el miedo.  

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