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Ha sucedido un terremoto espantoso que ha sacudido fuertemente una región del país, dejándola prácticamente devastada en gran parte.  Cunde el caos y el pánico porque, como sucede cuando se dan este tipo de fenómenos naturales, al terremoto inicial le prosiguen otros y muchos más, lo que incrementa la angustia y el desasosiego en la población.

 

Aunque nosotros estamos a salvo, por llamarlo de alguna manera, porque mi familia y yo estamos en la región cercana en donde prácticamente no ha pasado de un susto sin mayores pérdidas materiales y, lo más importante y valioso, no se han perdido vidas humanas, sí estamos en casa muy preocupados y tristes por el tío Danilo, ya que éste andaba de paseo en la región del desastre y no logramos algún tipo de comunicación con  él.  Algunas de las personas a donde él había ido de visita, dicen que el tío Danilo  ya había iniciado el retorno a casa en su motocicleta.

 

El tío Danilo es el solterón de la familia, lo cual le da una enorme ventaja al contar con un hogar en cada una de las casas que la conformamos.  Mi abuela (a quién yo llamo mamá, porque fue la que me crió), madre del tío Danilo,  está muy anciana y ya reducida a la cama, prácticamente inconsciente.

 

Empiezan a hacerse presente en mi casa amigos y parientes compungidos que quieren expresarnos su solidaridad, lo que no es de extrañar pero sí es para estarles por siempre agradecidos.  Pero de todas estas manifestaciones de fraternidad y amistad destaco una por tratarse de una experiencia muy chistosa, pensándola hoy en día.

 

Llega mi querida comadre y amiga Margarita y yo le voy contando, con lujo de detalles, la desaparición del tío Danilo, llorando le digo que él debe haber quedado debajo de algún deslizamiento de alguna de esas montañas que se vinieron abajo.  Mientras estoy en la cocina preparando un café para tratar de apaciguar un poco el inmenso dolor que no me deja cesar de llorar, yo le voy narrando a mi amiga los más duros y sentidos pormenores de cómo debe haber sido el sufrimiento del pobre tío Danilo, antes de morir, al verse allí debajo de toneladas de tierra que le caían de la montaña.  De repente llaman a la puerta, yo, en medio de mi llanto y mi dolor, ya no quiero ver más gente y le pido el favor a Margarita que se asome y que me excuse con quien sea.  Efectivamente, Margarita se asoma por la ventana y al ver quién es el recién llegado regresa corriendo y gritando:  “llegó, llegó…”.

 

Ya no pude controlar el llanto, empecé a suspirar al descubrir lo mucho que había amado al tío Danilo.  En un instante pensé muchísimas cosas; en fracción de segundo me visualicé tirada encima de ese ataúd gritando: “porqué, porqué”; calculé  el dolor de esa mamá anciana y reducida a una cama a quién, en las últimas horas, se le veían sus ojitos encharcados tal vez porque su corazón de madre le avisaba la muerte de aquel hijo cuyo cadáver estaba en la puerta de mi casa.  Alcancé a disponer todo sobre el velorio del querido tío Danilo; me acordé de los amigos de él, de los amigos de la familia, de los parientes que venían de otras ciudades por el doloroso suceso y cómo los iba a alojar en mi casa; organicé todo acerca del entierro… y miles y miles de cosas más pensé en la más mínima brevedad del inmedible e incalculable tiempo…

 

De este angustioso y doloroso estado me saca la voz de Margarita que vuelve a gritar, visiblemente emocionada:  “llegó, llegó, abrile…”.

 

… Salgo corriendo y gritando a abrir la puerta y decidida a gritar mi dolor sobre el cadáver de mi amado tío Danilo, sin importarme la crítica del vecindario o de quien fuera…

 

… Abro la puerta bruscamente… y el grado de dolor y desconsuelo que hace un instante padecía se multiplica ahora hasta el infinito pero convertido en una ira loca que no pude reprimir.

 

 

… “¿Por qué nos has hecho pasar este susto tan hijueputa?”, le digo dándole puños en el pecho al alegre y sonriente tío Danilo…      

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