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Hoy volví a ver sus ojos. Sentí en los míos su mirada azul como el mar, ese que mis ojos aún no conocían y solamente podían intuír. Oí su risa leve, serpenteando por encima del cristalino torrente de agua plateada por el sol, que corría bajo nuestros pies. Pude sentir en mi nariz y mis sentidos su fragancia de cuerpo joven que despierta a la vida, palpitante de misterios por descubrir. Creí tener nuevamente entre mis dedos palpitantes su cabello de oro, cayendo blandamente sobre sus desnudos hombros, cuyas líneas apenas cubren el nacimiento de aquellos senos inmaculados, centro de toda promesa.

La rústica madera que nos separaba del agua corriendo, cuyas rugosidades me parecían suaves como plumas de ganso junto a ella, era testigo mudo de esa emoción única que inunda tu cuerpo, avanza desde dentro cual ejército de hormigas en desbandada, para instalarse en tus ojos, tus labios, tu piel, ansiosa de aspirar el polen de ese hasta ayer capullo hoy trocado en magnífica flor.

Cuando ese milagro único se produce, ni el tiempo, ni la distancia, nada importa sino conservarlo, atesorarlo entre tus manos y todo tú, en el vano deseo de que dure para siempre. Sublime sensación que no necesita otra cosa que esa presencia adivinada, intocada, pero tan real que su sola pérdida llega a doler en la propia carne. Ese instante único, en donde el cielo parece más azul de lo que es, ese sol que nos ciega – ignorante él del ozono que por entonces sólo era un renglón más en una lección de química- nos abraza y confunde en un solo ser, prescindentes de otro contacto que el deseo brotando a borbotones desde tu propia piel.

Pude volver a recorrer tu cara, en cada uno de sus cambiantes ángulos, cada gesto, cada palabra no dicha, cada sugerencia apenas esbozada en una nueva mirada, y descubrir que cual caminante en un desierto, jamás habría de terminar de conocerle y aprehender el misterio que ella irradiaba.

No sé, y acaso tampoco importe, cuánto haya durado ese instante pero su evocación, tan nítida como que he vuelto a vivirla una y otra vez, convierten un sueño en una nueva experiencia , que fascinado del milagro, me hace exclamar a voz en cuello: estoy vivo.

Arbitraria diferencia hacemos entre nuestros sueños y fantasías de la mera realidad, si aquellos son el reflejo de lo vivido y son también, vida en la vida de hoy, cuando estamos presos de esa realidad que reclama para sí el privilegio de ser única. Pues no, cada vez que sienta ser capaz de soñar, de hacer de la fantasía del recuerdo siempre impreciso de lo vivido ó imaginado como vivido, siento que la sangre se vuelve manantial y que la vida fluye vigorosa como aquella flor abierta al rocío de la madrugada.  En ese momento soy consciente cuánta felicidad llevamos dentro, apenas escondida esperando vayamos en su búsqueda. Vivir es preciso de tal manera, cada instante, cada minuto, abiertos a la más inquietante sensación, la de amar que es simplemente vivir.

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