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Solía esperarte cada medio día, esperar a que pases bajo la cornisa de mi ventana a la vuelta del trabajo. Yo trabajaba de noche, así que el medio día era hora para verte.

Memorizaba tus atuendos, traje azul oscuro y profundo los lunes, los demás días un traje plomo de dos piezas que solías diferenciar con blusas de colores suaves y pañoletas de colores fuertes (excepto los días de lluvia, que salías con una chamarra verde que te cubría casi hasta los tobillos y un paraguas celeste con dibujos de nubes).

Algunos días no aparecías y me quedaba así, desesperanzado por no haberte visto.

Vivías en la casa de junto, en la de los Jimenez, aunque tu familia y tu eran los inquilinos, los Jimenez vivían en la parte que daba a la calle, tú vivías en la parte de atrás, la que parecía mas modesta, pero huelga decirte que tuviste suerte, esa parte es la mas cálida y mas cómoda de esa casa. Aunque a ti parecía avergonzarte.

Los Jimenez y yo no éramos amigos, desde hace mucho, desde que un Jimenez (el menor) dejó a mi tía favorita con el corazón roto y un hijo en las entrañas. Ella tuvo que irse cuando mi abuelo se enteró. Perdí a mi tía favorita y comenzó mi odio a lo Jimenez.

Cuando llegaste (hace ya algunos meses) pensé que eras una de ellos y quería odiarte, pero desde el alfeizar de mi ventana escuché que le decías a doña Dolores (la de la tienda) que habías alquilado la parte de atrás de la casa para ti, tu mamá y tu hermanito. Dejé mis intentos de odio ese mismo instante y comenzaron mis delirios contigo.

Aprendí a distinguirte en la distancia, nada mas ver tu cabellera oscura asomarse al fondo de la calle ya sabía que eras tú. Tu manera acompasada de caminar, tu esbelta figura, esos ojos que distinguía entre el tejido de la cortina que cubría mi ventana y que me hacía invisible en el día para tu lado de la calle me invitaban cada momento al sueño de una ilusión imposible.

Cada medio día te esperaba y mi corazón saltaba de alegría cuando te veía. No se cuantas vidas hemos vivido juntos, no se cuantas familias he creado contigo en todo este tiempo que mi ilusión se ha vuelto tortura de un amor imposible.

Mi trabajo por las noches no me permite saber cómo brillan tus ojos a la luz de las estrellas o lo que siente tu piel con el frío nocturno del pueblo. O la alegría de conocer la feria de luces que cada tres meses alegra la vida de todos por aquí (todos excepto yo).

Yo vivía recluido siempre, desde niño, desde que la polio me torció el destino. Unos padres muy jóvenes, la inexperiencia, un descuido y quedé postrado para siempre en cama, o en una silla. Mi padre no pudo con la responsabilidad y desapareció cuando cumplí los 5, mi madre lo hizo cuando cumplí los 9. Mi tía favorita me cuidaba siempre, hasta el día nefasto que ese Jimemez le desgració el futuro y tuvo que irse (parece que mi abuelo ya tenía suficiente conmigo y no quería otro crío en la casa).

Mi abuelo siempre fue duro, lejano, tal vez no quiero decir que me odiaba, porque no lo sé realmente, nunca me lo dijo de frente. Solo atinó a decirme solo lo necesario, aunque fuera insuficiente. Mi abuela cargaba conmigo como su cruz pero decidió que era mejor dejarme en el cuarto aquel y desentenderse lo necesario de mi.

Nunca pasé hambre, mi abuela me atendió siempre bien, mi abuelo también, aunque en mi vida las sonrisas fueron las primeras cosas que extrañé desde que mi tía se fue. Los demás me dejaban vivir. Abuelos y tíos y tías. Yo vivía allí en mi cuarto soleado, mirando siempre la ventana, sin molestar a nadie.

Una maestra decidió enseñarme a leer y escribir, era amiga de mi madre y estuvo conmigo luego de la desaparición de ella, "Miss Gladis", así le decía, era soltera y alguna vez me llevó al parque cuando era niño. Luego conoció a alguien, se casó y se fue del pueblo. Antes de irse vino y me regaló una silla de ruedas. Fue el mejor regalo de mi vida, pude moverme entre un lugar y otro de mi cuarto grande y soleado.

Luego estuvo el profesor "Claros" y la profesora "Mendez" y otros tutores que llevaron mi educación hasta que pude sacar el título de bachiller. Ahí mi abuelo se desentendió del todo y alguna vez le escuché decir que había cumplido conmigo.

Así recluido en mi silla, mirando la vida pasar por las aceras del pueblo me iba consumiendo poco a poco año tras año, hasta que llegaste tú en aquel maremagnum de cosas en ese camión que te trajo hasta la casa de los Jimenez.

Y ya tuve una razón para vivir, entonces vi el curso de "Programación por internet" y a pesar de que este pueblo perdido en el interior es medio medieval, la tecnología también a puesto sus tentáculos en él y de esos me aproveché yo.

Resultó que tenía talento para eso (pensar constantemente era algo que se me daba natural) y terminé el curso, apliqué para un trabajo y de pronto era alguien que aportaba a la economía familiar. Mi abuelo no creía que algo así existiera, que mi trabajo lo pagase alguien de algún lugar del mundo, pero como el dinero comenzó a llegar a casa, sus dudas se fueron y volvía a ser parte de su familia.

Pero mi empleador era asiático y sus horarios de trabajo empezaban casi al anochecer y requería el 100% de mi atención.

Por eso que mi horario para verte era el medio día.

Fui ahorrando, quería verte, conversar contigo, que dejaras de ser solo la imagen que pasa por mi ventana robándome el sueño y el alma.

El asunto con los Jimenez te había vuelto a ti también en una lacra para mi familia. Lo comentaban mis tías solteronas y mis tíos despechados a los que no les habías hecho el menor caso.

Pero yo te sabía diferente y tenía que hacer algo para que te acercases.

Una tarde escuché que le decías a doña Dolores que tu hermanito necesitaba ayuda en el colegio, que no era bueno para los números y que sufría mucho en matemáticas.

A la mañana siguiente puse un letrero en la ventana que decía: "Se dan clases de nivelación en Matemáticas, Física, Química y Computación", lo de física y química era pura pose, pero quien tiene problemas con los números generalmente tiene problemas con todas esas materias y no me equivoqué, tu hermanito era malo en todas.

Me costó mucho convencer a mis abuelos y demás familia que tu hermanito sea mi alumno, estaba infectado por los Jimenez y solo aceptaron cuando les dije que era un buen ingreso económico y que ustedes no se apellidaban Jimenez.

Pero el primer encuentro contigo lo tengo grabado a fuego. Tu entrando en casa preguntando por las clases, mi abuela guiándote a mi cuarto grande y soleado y yo esperándote muerto de nervios.

Nunca recuerdo lo que me dijiste, solo te recuerdo a ti y cada detalle de tu presencia aquí esa tarde.

Desde aquel cabello rebelde que sobresalía de tu discreto peinado, hasta la visión de la palidez de tu piel en el tobillo desnudo que cubrían tus zapatos de tacón.

Desde la limpieza de tu mirada, hasta las formas perturbadoras de mujer que entallaba tan bien el traje que traías puesto.

Todo se ha quedado en mi memoria excepto tus palabras.

Cuando comenzó a venir tu hermanito puse toda mi paciencia en él, era mi oportunidad de acercarme a ti y que le vaya bien era mi pasaporte a estar contigo.

Fue duro y difícil pero logré que aprendiera todo y que mejorara en casi un 100% sus notas en el colegio.

Vino a mostrarme su libreta a fin de año, yo esperaba que viniese contigo, pero no, vino solo.

Esta mañana te escribí una invitación para que vengas a cenar conmigo y hablar sobre el siguiente año para la educación de tu hermanito, pero cuando le di la carta a él para que te la entregase me enteré que se iban.

Que tu trabajo en el pueblo era solo temporal, que la sucursal del banco en el que trabajas aquí en el pueblo ha renovado personal y vuelves a la capital.

El shock ha sido demasiado grande, el dolor demasiado intenso. Pero no podía dejar que te fueras sin conocer algo de mi, sin saber lo que tu hiciste por mi.

Gracias a ti ahora vivo y existo nuevamente, por la ilusión de ti y la ilusión contigo.

Por eso esta carta de despedida y agradecimiento.

Hiciste que vuelva a vivir y aunque mis ilusiones y sueños hayan sido solo mios, tu me trajiste la vida que pensaba excluida de mi destino.

Gracias por todo eso y que siempre, pero siempre te vaya bien.

Tuyo eternamente:

Jesús

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