Esta historia es real y me ocurrió hace muchos años, como cincuenta, yo estaba empezando a trabajar y debía llenar varios requisitos, como es usual. Pasé el examen médico general y la entrevista, pero el doctor basado en lo que me preguntó para la Historia Clínica, me ordenó exámenes de orina y materias fecales. Nunca me los habían practicado y a lo largo de los años solo repetí el de orina.
Yo no sabía como era ese asunto pero la enfermera me dijo que comprara dos recipientes adecuados en una droguería y, por la mañana, recogiera muestras de la primera orinada y de mis excrementos. Lo hice y madrugué a viajar a Bogotá para entregar las muestras en el laboratorio. Mi madre, muy meticulosa siempre, buscó una pequeña cajita y allí empacó la porquería que debían examinar, y digo porquería porque siempre me ha dado asco. Luego envolvió la caja como si fuera un regalo y me dijo que no la fuera a perder, como si fuera un tesoro, pensé yo.
Desde donde me dejó el Bus de Facatativá, hasta el seguro donde debía entregar la muestra, había unas diez cuadras y me fui caminando pensando en esas bobadas que piensan los adolescentes. Frente a la gobernación (la antigua) sentí que me rapaban el envoltorio y mi primera reacción fue salir corriendo detrás del ratero, alcancé a correr unos cincuenta metros cuando pare riéndome a carcajadas. Recuerdo que la gente pasaba y me miraba como si estuviera loco, pero yo, de solo pensar en el ladrón, no podía dejar de reír.
Edgar Tarazona Angel