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15 de Febrero de 1.868, Birmingham (Reino Unido)

La fría noche comenzaba a caer sobre la ciudad. Adams caminaba tranquilamente por Cherry Street, una de las calles más antiguas, tratando de esquivar los carruajes que rechinaban al contacto con el empedrado.

Observó una extraña tienda que estaba abierta y al público. No era una hora apropiada para ello; le sorprendió pero al mismo tiempo le despertó la curiosidad. Se acercó para ver su escaparate. Había  toda clase de rarezas. Sin duda se trataba de un anticuario.

Le atrajo muchísimo un objeto con forma de cráneo humano, cercenado por la mitad y que parecía servir como cenicero. Algo extravagante, pero atrayente. No pudo resistir la tentación y entró en el lugar.  

Su interior estaba atiborrado de yelmos de la Edad Media, muebles antiquísimos, uniformes militares, utensilios egipcios y cosas muy antiguas; Adams siguió un improvisado y sinuoso caminito hasta el mostrador. Al no encontrar nadie, golpeó fuertemente su superficie, en señal de un rústico llamado.

Desde la oscuridad de una puerta, que se encontraba detrás del mostrador, salió un anciano con cabellera blanca, encorvado y ojos negros muy profundos.

-¿Que desea señor?.

-Me interesa ese objeto – lo señaló en el escaparate.   

El viejo le dijo con voz aguardentosa:

-Es un cenicero de un material especial. Esta muy bien logrado y cuesta dieciocho chelines.

Adams lo tomo en sus manos, observó detenidamente su forma y le gustó muchísimo. Pagó el precio pedido y se retiró del lugar.  

Cuando llegó a su casa lo posó en un estante ubicado en su biblioteca para presumirles a sus amigos luego de la cena, cuando los hombres solían retirarse a ese lugar a fumar. “Ah, como los voy a impresionar”, se dijo.

Esa misma noche, entre las charlas masculinas, Adams acerco a sus amigos el extraño cenicero.  Stuart fue el único que se atrevió a apoyar el habano que estaba fumando. De inmediato sintió un fuerte dolor en el pecho. Cayó al suelo y murió súbitamente. Todos quedaron conmocionados.  

Al otro día, la tragedia continuó. Harold, el pequeño y travieso hijo de Adams, se escabulló en la biblioteca y escudriñó por todas partes, siempre en busca de aventuras; sabía que en ese lugar su padre acumulada objetos extraños. No tardó en encontrar el cenicero. Mientas jugaba con él, sintió un sofocón y a las pocas horas murió.

Dos fatalidades inexplicables habían ocurrido en esa casa. Luego del funeral del niño, Helen, la esposa de Adams, pensó que su casa estaba maldita y se empeñó en descubrir la causa. Convocó a la gran vidente, Madam Cury, una mujer de origen francés que sabia lidiar con estas cosas sobrenaturales. Adams no estaba de acuerdo pero ante la desesperación de su mujer y lo aceptó.

Es noche, la Madam Cury comenzó el rito. Pronunció ininteligibles palabras y luego se vendó los ojos. Caminó por toda la casona hasta llegar a la biblioteca. Se detuvo allí, al ingresar al lugar se dirigió directamente al macabro cenicero. Lo tomó y le dijo a la pareja enlutada:

-Esto no es lo que parece. ¡Es real!. Es un cráneo humano – les dijo, mientras se quitaba la venda de los ojos; luego agrego – perteneció a un gran y poderoso rey “Hammurabi” que gobernó Babilonia dos siglos antes de Cristo.    

La vidente comenzó a agitarse; luego dijo, casi con angustia:

-Pesa una terrible maldición – no alcanzó a decir más, cuando se desplomó súbitamente y murió.

Adams no podía creer lo sucedido. No lo dudo, tomo el cráneo y fue a confrontar al vendedor en la tienda. Cuando entró en el lugar, sin mediar palabra, lo tomó del cuello y le exigió explicaciones. Con un hilo de voz, el viejo le dijo:

-Señor, este objeto esta maldito y todo aquel que lo toque morirá de inmediato – luego agrego – Pero Usted, por haberlo utilizado como diversión y yo por comercializarlo, tendremos un tormento aún mayor.     

Adams aflojó la fuerte pinza que ejercía sobre el cuello y el anciano puedo hablar con más fluidez.   

-Usted esta condenado a existir para siempre. Su cuerpo perecerá pero su cabeza no. Sus ojos verán la muerte, la desolación del mundo; oirá el silencio de toda la humanidad, cuando ya no exista – sentenció.

Con profunda resignación, agregó finalmente:

-Intente liberarme vendiéndosela, pero no fue así, solo le transmití la maldición. ¡Este es el destino que le espera!. - El viejo, con lágrimas en sus ojos, se desprendió lentamente su abrigo, debajo solo había huesos blancos, desprovisto de toda carne humana. Únicamente su cabeza permanecía viva.

 

 

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