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Se me congelaba la mirada cada vez que la veía, era como una eterna caricia dormida en el más recóndito lugar de mi alma, tan distante, tan presente, tan mía y tan lejana.

Detuve sus pasos en medio de la nada, congelé su figura entre mis ojos y guarde su fotografía en la retina de mi mirada. Lo hice en el momento preciso, en el ademán perfecto, en el instante sublime de que se sus ojos me encontraban.

Su mirada pasó a través de mí, pero en la mía se quedó ella grabada.

Sé de sus días, de sus tristezas y de sus alegrías, de sus cotidianos contrastes, de sus sueños y de sus pesadillas, me cuenta de todo eso mientras camina, mientras sonríe y mientras suspira.

Todo sucedió el día que la miré directamente a los ojos y la reté a que me desviara la mirada, ella no parecía darse cuenta de nada, me miraba pero atravesaba mi imagen como si fuera un simple fantasma, luego sonrió y sus ojos perdidos enfocaron a los míos. Fue primero solo sorpresa, luego timidez y al final el reto de no querer perder.

Me hundí de pronto en el torbellino de una sensación incomprensible, ella me gustaba, desde hacía tiempo, la miraba pasar por el pasillo de la oficina y no me perdía sus pisadas, a veces la seguía simulando ir a buscar algo a la impresora, pero no me atrevía a hablarle porque no encontraba el tema adecuado para ella.

Siempre apurada, siempre corriendo, siempre lejana y siempre sin tiempo. No encontraba la razón para detenerla un momento.

Pero aquella vez, cuando la jaula del ascensor la encerró conmigo dentro y entre los apretujados ocupantes nos encontramos mirándonos fijamente, todo fue diferente. Diferente porque la reté a mirarme y ella aceptó el reto sin decirnos una sola palabra.

Como decía, un torbellino me atrapó cuando sentí que aceptaba el reto y me sentí volando en un espacio vacío donde todo había desaparecido y solo estaba ella conmigo, allí separados por un pequeño espacio que parecía infinito, la contemplaba completa conociendo y reconociendo cada uno de sus detalles, cada línea de su rostro, cada sutil curvatura de su cuerpo y me sentí desplazarme hasta ella y fundirme  poco a poco con su figura y su pensamiento.

De pronto sonó la sempiterna campana del ascensor como un tañido interminable, y el hechizo se rompió, la gente comenzó  moverse y sus ojos se retiraron de los míos mientras creí distinguir una ruborizada sonrisa en su rostro. Tuve que darme la vuelta y salir junto con toda la gente tratando de acercarme a ella con el poco tacto de un desesperado apresuramiento, sin embargo no lo logré, giró sin mirarme y con su apresurado paso de siempre se confundió entre el gentío y desapareció por el pasillo.

Yo seguí aturdido por aquella sensación que había experimentado en mi encuentro con ella. Fue tan inexplicable como asombroso que no entendía lo que había pasado.

Eso pasó a medio día, cuando todos salían a almorzar. Aquella tarde la esperé en vano cerca del ascensor para verla llegar pero fue inútil, no regresó por allí y antes de atrasarme mas fui hacia mi oficina y allí traté de hallar una explicación racional a todo sin poder lograrlo como en todo el medio día. Luego la vi, de pronto, fugazmente, entró a la oficina del jefe con un montón de papeles en las manos, estaba preocupada, alcancé a verla cerrar la puerta tras suyo y se perdió dentro de la cueva del lobo. Sin embargo sabía que algo la preocupaba.

Me dediqué a lo mío y con el ensimismamiento no la vi salir, solo levanté la vista mucho rato después y aquella puerta ya estaba abierta y la oficina vacía.

Poco mas después la vi reunida con algunas de las compañeras de trabajo charlando animadamente, ella esta de espaldas a mi, las otras reían, yo la miraba embobado y al ver como se movía me di cuenta que estaba inquieta, sabia que quería irse y dejarlas con su charla hueca. Sonó el teléfono y fui a entregar el informe que estaba preparando, al regresar ella ya no estaba, sin embargo me quedó esa sensación de saber que su inquietud y su enfado eran reales.

Poco a poco dejé de seguirla, su presencia se hacía evidente aunque no la mirara, solo levantaba los ojos o giraba para algún lado y sabía que la encontraría y al mirarla sabía cómo se encontraba.

La veía moverse y sentía su cansancio, su ansiedad, su angustia, su apatía, su enfado, su alegría, su calma, su tranquilidad, su nerviosismo, su paz..., lo sentía todo.

Llegué a conocerla mucho mas que ella misma sentía conocerse, sabía que palabras la tranquilizaban, que actitudes la molestaban, que maneras la confortaban, etc., todo.

Yo soñaba con ella, siempre, a cada momento, porque cada cosa que descubría me abría el corazón a un amor mas grande cada día hacia ella. Sabía que podía darle cada una de las razones para hacerla feliz, cada comportamiento que haga su vida interesante, y no era complicado, no necesitaba actuar, lo pensé muchas veces y todas ellas estaba seguro que mi comportamiento totalmente natural haría de ella una mujer completa y realizada, no necesitaba ser otro, no necesitaba cambiar en mi mismo, tal vez algunas cosas, pero ¿que relación marcha bien sin diferencias?, yo podría mantener mis incongruencias y así sentía que seríamos felices los dos, completamente felices.

El problema radicaba en que ella ya era feliz, lo descubrí un poco después de la extraña fusión en el ascensor, cuando la vi en el vestíbulo del edificio, se despedía de un hombre un poco mayor que ella, lo besó suavemente en la boca y cuando el se alejaba ella se quedó mirándolo, él se dio la vuelta y se despidió otra vez con un ademán cariñoso, yo la vi, rebosaba de felicidad, estaba no solo enamorada, estaba tranquila y completa, no le faltaba nada.

Esa es otra razón por la que dejé de seguirla.

Cuando la siento, su cuerpo me habla y sus sentimientos me agobian, ella es perfecta para mi, lo se, lo siento. Pero aparecí demasiado tarde y ella encontró la felicidad con alguien que no necesitó un milagro extraño para conocerla.

FIN

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