Retrovisor
Al tropezar con el silencio de cada medianoche de marzo, algunas heridas recobran el aliento para que mis manos se desdibujen. Entiendo que el amor nunca evitó que lo hubiera culpado de acontecer el final, pero, en su partida, rompió lo que una vez le había dado con toda ilusión; y es que en su partida yo le fui algo menos que un extraño. Acostumbrado ya a tragar silencios que me han honrado desde siempre, siento tocar con mis manos algunos recuerdos, en sueños, por aquello de creer que iba todo bien aunque haya sido lo contrario; en ese instante el mundo me olvida sin que eso haya sido la duda, la duda fue causar dolor y sentir que era lo sensato.
Siempre sospecho un inesperado regreso al combinar sombras y ventanales, aunque sé que son solo besos viejos y algo fantasmales, muertos al ver la desesperanza dormir en mis ojos; no hubo nada más qué hacer y luchar hoy no es importante para mí, quiero que lo importante sea sentir que algo no me falte. Evito recordar y mirar tanto hacia las desilusiones, las soporté para no traducirlas en tantas frases que repiten lo mismo, que evocan los abriles de años antes; esas tardes amarillas no volvieron a visitarme, nunca hice parte de sus viajes al horizonte.
Hoy, la lluvia llega con algo distinto mientras dos relojes discuten por sus desaciertos, para mí, lo más triste ha sido vivir el amor a prisas y a destiempo, por eso, todo de aquello está condenado al olvido. Hoy, frente a mí hay algo más que las cuatro en punto de la tarde y que una emoción sin compartir, está el ayer con un regalo sin destaparse, una promesa que no se cumplió, una gota de lluvia evaporándose frente al sol, una equivocación o, finalmente, una idea, de cómo desatar de una vez por todas al pasado de mis pies, de cómo en cada despertar yo pueda romper el mismo retrovisor.