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¿Por qué un abrazo sabe diferente, si se da en papel o si se da en carne y hueso?

¿Por qué al deslizarse mis dedos sobre un cuerpo etéreo construido dentro de mi mente, percibieron más calor, que al hacerlo sobre la fría materia?

Es cierto que es más fácil, decirte algo en una carta, que decírtelo cara a cara. Cierto es también, que es más cómodo y conveniente esconderse detrás de un ilusorio manto virtual. Y que es mucho más difícil soportar cara a cara, el penetrante brillo de tus ojos. Pero, aun con esto tan claro, no logro entenderlo.

Hace un tiempo, me permitiste verte, admirarte desde todos los ángulos posibles. Y lo hice de la forma que quise hacerlo. En mi habitación te repase con mis ojos, pulgada a pulgada, deseando tocar aquello que me dislocaba la mente por completo. Lo hice por mucho tiempo.

Hoy, me permitiste volver a verte. Ahora, un poco más de cerca. Tan cerca estaba, que sentía tu olor. Impávido, no acertaba a hacer nada más que observarte. Tomaste mis manos y las pusiste sobre tu cuerpo. ¿Te gusta? Me preguntaste. No recuerdo si te pude contestar. Solo sabía que te recorría lentamente con mis dedos, pero mientras lo hacía, el desconcierto empezó a adueñarse de mí. Había soñado tanto tiempo con hacer precisamente eso, y ahora que se me daba, la sensación era real, pero fría. Todo ese calor que me había imaginado no existía. En cierta forma si estaba, pero no como mis elucubraciones lo habían sentido anteriormente.

Una vez convencido de que tu piel era más suave en mi mente, te deje ir. No estaba decepcionado, no. Tocar tu desnudez de esa forma, era lo que por tanto tiempo había querido. La turgencia de tus pechos era real, pero también era diferente. Las curvas de tu espalda si existían, las había visto, sentido, olido. Eran verdaderas. Pero las había imaginado diferentes.

Nos despedimos, y justo cuando lo hacía, como un relámpago que rompía la oscuridad de la noche, hiciste que todo aquello que había soñado, imaginado o construido dentro de mi mente, se hiciera real. El calor de tu cuerpo, la suavidad de tu piel, el aroma tuyo que había imaginado, la consistencia de tus formas, la fuerza de tu mirada, tu vida, todo coincidía ahora con mis pensamientos. Como si hubiera descendido del plano de las ideas y se hubiera materializado de pronto. Sin perder ningún detalle. Pero solo duro un segundo. Luego, se esfumo de nuevo. Así, sin más, se fue de regreso al mismo lugar al que se va el humo de las velas, la esperanza de los condenados, la efímera gloria del mundo. Allí, a la bodega de todos los atardeceres. Junto a todos los recuerdos, de los que no tengo certeza de que hayan sucedido, pero que estoy muy feliz de que lo hayan hecho.

Vi las luces de tu auto, alejarse lentamente.

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