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Hay momentos que deseo estar solo, hundido en los pensamientos en la reflexión sobre la vida misma, alejado del bullicio de la gente, del torrente de sonidos emanados por la ciudad, de los vehículos, el loco corneteo y todo aquello, que parece un conjunto de músicos afinando sus instrumentos. Estar solo es encontrarme con lo más íntimo de mi alma y espíritu, corporalmente siento el latido de mi corazón, mis sonidos mentales como zumbido chisporroteante de una tv encendida sin señal, o de aquel sonido de la fogata quemando aquel viejo tronco caído ya hecho leña.


Sin embargo, ¡solo, jamás! La mayor parte de las 24 horas del día todo a mi alrededor está vivo y me hace compañía, la brisa matutina sus olores, siempre traen recuerdos de cualquier índole, los árboles son una compañía silenciosa que a su vez susurra entre sus hojas el lenguaje del viento, trinar de aves se suman a hacerme compañía, en temporada de verano calor incipiente o invierno olores a tierra húmeda de la lluvia que se avecina.


El mejor lugar de todos es aquel dentro de mi mente donde hay una especie de lago azul con un fondo montañoso de aguas calmadas y más allá una bahía al mar, libre y sin fronteras algunas un excelente escape espiritual.

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