VENECIA
En Venecia todo está lleno de callejuelas ideales para que jueguen los niños al esconderite y para correr. Hay canales pequeñitos con lanchas y barcazas con mercancías y objetos diversos. Paso mucho tiempo mirando los reflejos en el agua, e imagino a Monet pintando estos reflejos.
Me alejo un poco del centro y enseguida hay menos gente. Los canales parece que están más quietos, parece que las casas se reflejan mejor, parece que el agua está más bonita; será que todo se puede mirar con más calma, con más sosiego, con más quietud.
Me siento en el campo de San Francesco, junto a las columnas. Se oye el arrullo de las palomas, el ruido del agua que cae de la fuente, el piar de los gorriones y el ruido que hacen las hojas cuando suavemente las mueve el viento. Hojas que si hubiese un bebé las miraría con sus ojitos llenos de asombro.
Yo y los que estamos paseando nos paramos en los puentecitos, en las esquinas, buscando esa foto única que recoja ese rincón con ese canal donde se exprese todo el romanticismo y encanto que le atribuimos a esta ciudad.
Y ahora, en estos momentos, pienso que la belleza no está en las cosas; la belleza está en los ojos y en el corazón que los guía.
La basílica de San Marcos representa para mí la inmensidad, majestad y solemnidad de Dios. En el interior todo está dorado, todo es oro y allí están las imágenes de Cristo, de los apóstoles, de los santos, de los evangelistas, de los profetas, que hacen que uno se sienta empequeñecido, encogido. El lujo de Dios es ahora, al mediodía, cuando más se manifiesta, cuando más brilla el oro de forma natural..
En el único lugar de culto, frente a un icono del siglo X de la virgen Nicopeia, he querido poner a la divinidad la ofrenda de dos sencillas velas por Elena y Alicia para que nada malo les ocurra. Pero más que una ofrenda es un deseo, deseo que no tengo a quien pedir y que quizá por eso acuda a la divinidad en la que no creo. ¡Enorme paradoja y enorme contrasentido!
Iglesias y más iglesias en las que los turistas nos sentamos a descansar. Iglesias pequeñas, perfectas en su decoración para promover la devoción. Iglesias en las que se guarda el recuerdo de los feligreses que a ellas acudían, poniendo su nombre en el banco que ocupaban habitualmente: Camata Rita, Fosco Ventura,… son algunos de los nombres allí grabados. ¿Quiénes fueron estas personas? ¿Qué representan estos nombres para los que no les conocimos?
En la mayoría de las góndolas en las que van turistas hay mujeres con esa mirada especial de cuando se tiene fuego en el alma o calor en el corazón. Los hombres van como más indiferentes, como pasando más de la situación. Estoy escribiendo esto sentado en las escalerillas de un canal y en muchas ocasiones mi mirada se cruza con la de alguna mujer que pasa en una góndola y a veces me da la impresión de que con su mirada se agarran a una ilusión, a un sueño, del que yo soy una fugaz sombra.
Llego a la estación. Es una estación pequeña, poco espaciosa. Es una estación para pasar a coger el tren o para bajarse de él. A la mayoría de los que se van no les despide nadie; aquí te despide la ciudad, y lo hace cuando el tren ya está en marcha y se cruza el puente que te une a tierra; es como cruzar un último canal, y ese último trozo de agua es el “adiós” de Venecia. A la mayoría de los que llegan no les espera nadie. A algunos les espera algún amigo, algún familiar, pero a todos siempre les espera Venecia. ¡Venecia, el anhelo, la esperanza, la ilusión!