Salgo de casa. Camino rápido como es mi costumbre mientras voy pensando en lo que voy a decirte si te veo. Podría decirte que te amo, que eres mi vida, que mi corazón late más fuerte por ti, que tu belleza me conmueve y que desearía hacer el amor solo contigo el resto de mis días.
También podría decirte que aún guardo esperanzas –aunque no me las hayas dado- de que algún día me digas que sí... y que te dejes amar por mí, con toda la furia y la ternura, con todo el amor y la pasión que desde mis huesos hasta mi alma siento por ti.
Voy llegando. Mi respiración se agita de a poco. Siento un leve temblor en mis piernas y trato de caminar más despacio. Siento la angustia de que tal vez no estés, siento que mi voz no saldrá, siento que llego a un abismo y que no podré detenerme. Estoy perdido.
He llegado. Mis ojos te buscan y por fin se posan en tus ojos grandes, hermosos, llenos de luz que ilumina mi soledad. Se posan en tus labios hermosos, sensuales. Se posan en tu piel y en tu cuerpo, que imagino entrelazado al mío día a día, noche a noche. Con una leve sonrisa nerviosa y ya sin voz, de mí sale un tímido “Hola”. Me miras y tus labios dibujan un “Hola” que llega hasta mí y me golpea con fuerza, me estremece y tengo que contenerme para no caer justo a tus pies.
He pasado. Si tan solo supieras cuánto te estoy queriendo… Mañana de nuevo saldré de mi casa y sé que pasará lo mismo. Tal vez debo aceptar que mi condena es amarte y mi redención tu existencia.
Agosto 9 de 2008