Ir a: Nuestro mundo: lo que tenemos más a mano (“Seguiré viviendo” 51a. entrega)
Las reminiscencias son energía para mi humanidad desfallecida. Recordar es como cabalgar sobre un ágil corcel, como acomodar mi alicaído cuerpo sobre un alma briosa para recorrer los recovecos de mi vida. Al hacerlo vuelvo a sentir con intensidad los gozos y las desazones, y los éxitos y las frustraciones. Debo evocar para sentir que existo, debo existir para evocar, debo evocar para matar el tiempo. En ese proceso la soledad es la cómplice de mi memoria. Entre las dos rescatan del olvido los mínimos detalles. Hoy es Eliana la que aviva los recuerdos. Esta vieja amiga ha removido con su presencia los pormenores del encuentro en que por primera vez nos avistamos.
No pude contenerme ante los criterios moralizantes que la conferencista expresaba, y rebatí: «En lo particular, pienso que la formación no puede tener como centro la conducta sexual del individuo». Ella quiso contradecir, pero no pudo demostrar que no era cierto cuando llevaba media hora de su conferencia disertando exclusivamente sobre el sexo.«Formar –insistí– es instruir en el arte de la convivencia, inculcar principios que encaucen la conducta, enseñar a discernir, exhortar la coherencia entre lo que se piensa y lo que se hace, entre lo que se dice y lo que se practica; desde luego, es dar libertad para aplicar todo lo aprendido». «Lo sintetiza usted en forma magistral», me dijo, inhibiendo con su lisonja la crítica pugnaz que estaba por hacerle. Obligado a un tono más sutil le dije: «Nuestros objetivos acaso son los mismos, pero ciertas particularidades los muestran diferentes. Debo confesarle que veo con naturalidad el sexo y con preocupación en cambio la injusticia, la niñez abandonada, la violencia, la deshonestidad, la falta de solidaridad, la complicidad con el delito, el terrorismo y el crimen en todas sus manifestaciones. Por lo que percibo, pierde tiempo valioso al catequizar sobre el sexo en vez de predicar sobre la bondad en general. Más cuando lo sexual es tan privado, que no acepta más ética que la de no someter abusivamente a quien se convierte en objeto de nuestra satisfacción. El sexo es incontenible; nada lo detiene; diría que no le tiene miedo al miedo, y penosamente no hay enfermedad ni precepto moral que lo cohíba. De ahí que sea el ingrediente propicio para las conductas hipócritas y solapadas; para practicar en privado lo que se censura en público. El moralizador crea la malicia. La naturaleza es diáfana, tal como la percibe el niño en su inocencia».
Mi intervención estaba en su punto culminante, pero aquélla invocación a la hipocresía de los moralistas fue recibida por una parte de la concurrencia como un agravio imperdonable. El auditorio se polarizó y la conferencia terminó en bochinche. Pero mientras otros libraban la batalla por nuestras opiniones, Eliana se acercó, y cuando esperaba una respuesta desabrida, apenas me dijo «pendenciero», en un tono que más parecía de seducción que de reclamo. Ese gesto amable fue suficiente para ofrecer una disculpa. «¿Te das cuanta cuán vulnerable resulta frente a la mujer un caballero?», me dijo haciéndome consciente de mi debilidad, pues por culpa de la galantería había abandonado mi alegato. Pero resultó provechoso, porque Eliana, que no era la seudomoralista que temía, se convirtió en mi amiga, y una amiga compenetrada con mi pensamiento. Su discurso recargado no traducía su pensamiento, sino el énfasis que le habían solicitado quienes la habían contratado para la conferencia.
Por mucho tiempo compartimos, pero un día nos distanciaron las ocupaciones. Sin embargo el afecto siguió incólume. Por eso me emocionó tanto su llamada cuando tenía la certeza de que ella sería una de las personas de las que no habría de despedirme; una de las que se sorprenderían con mi obituario. Cuando estaba pensando en que confinado a las cuatro paredes de la habitación lo más osado que hacía era sentarme en el sofá que había a un costado de mi cama, y que a veces usaba mi hija para dormir en las noches críticas en que me acompañaba, Eliana me sorprendió con su presencia. De piel canela, facciones delicadas y piernas bien torneadas, seguía siendo una mujer atractiva a pesar de haber vivido casi medio siglo. Se inclinó para saludarme con un beso en la mejilla.
–¡Cumpliste! –le dije acostumbrado a que muchas de las visitas ofrecidas se quedaran en pleno formalismo..
–Te dije vendría porque tenía que revisar personalmente tus escritos. Yo tenía en la mesa de noche una colección de documentos entre los que intencionalmente había colado algunos cuyo tema debía recordarle nuestro primer encuentro.
Sin fuerzas para alcanzarlos le pedí que los buscara. Los halló con rapidez, examinó las páginas y se sentó a mi lado. Leyó en voz alta justo el que yo había dejado de primero: «Dejemos tanta bobada con el sexo». Entonces dijo: «No has cambiando desde cuando nos conocimos», y continuó leyendo: «¿Cuándo será la relación sexual algo tan casual como un saludo? ¿Algo cotidiano que deje de ser motivo de juicio y de censura? ¿Algo trascendente apenas para los protagonistas? ¿Algo tan personal que excluya a los entremetidos moralistas de tantas religiones? ¿En el ejercicio cotidiano de la sexualidad en dónde está la falta? ¿En la frecuencia? ¿En el número de parejas? ¿En la relación extramarital? ¿En la relación prematrimonial? ¿En la relación homosexual? ¿En el intercambio de parejas? ¿En el sexo en grupo? ¿En el fetichismo? ¿En el sadismo? ¿O en el masoquismo? ¡En ninguna! ¡Absolutamente en ninguna de las opciones que enumero! Ni siquiera en las relaciones homosexuales y sadomasoquistas, que tanto me repugnan. La relación prematrimonial estigmatizada por la religión católica, demasiado inocente me parece. Debería ser obligatoria, para que de verdad se conozcan las parejas, para que descubran a tiempo las afinidades y las diferencias. ¿Y la extramatrimonial? No es ideal, pero es habitual e ineludible, hasta excusable cuando se conoce la naturaleza humana. Así que las faltas derivadas de la conducta sexual son más bien pocas. Lo son la perversión de seres inocentes, la satisfacción en contra del deseo de la pareja, y en general, toda posesión violenta; no consentida, aclaro, porque hasta el sadismo y el masoquismo algo guardan de armonía cuando así se acopla la pareja. El sexo no es una actividad pecaminosa, ni un motivo que haga grande nuestro espíritu; ni blanco ni negro, ni bien ni mal, apenas una función que satisface nuestro instinto. El rudo e iletrado, como el intelectual y el analítico, abrevan en sus aguas deliciosas. No todos lo confiesan, muchísimos hipócritas lo niegan, pero todos lo disfrutan. Unos con la brutalidad de su escaso entendimiento, otros con el exquisito refinamiento de todos sus sentidos. Unos en la oscuridad, escondiendo las imperfecciones de sus cuerpos, otros a plena luz, poniendo en evidencia la exquisitez de la forma, placer estético que sólo la juventud ofrece».
Eran reclamos que se habían ido quedando obsoletos con el tiempo, que habían sido escritos para otra época, en que eran más timoratas las costumbres y mi genio más impulsivo y virulento.
–¿Debo entender tu escrito –dijo Eliana– como la conclusión de tus sesudas reflexiones, o como la defensa de una causa personal que busca la justificación de tus acciones?
–En otras palabras –repliqué–, ¿sugieres que mi artículo pudo ser consecuencia y no causa de mi comportamiento?
–En otras palabras trato de decirte ¿que si eras un depravado cuando lo escribiste?
Sin molestarme entendí en toda su magnitud la picardía del comentario. Así era Eliana. Aunque también reconocía en su actitud el velado interés, que me era familiar, de las mujeres en el sexo. Al recordar apasionados momentos que comenzaron con un abreboca intelectual sobre ese tema, me olvidé de la proclama y me dejé llevar por la sensualidad de Eliana. La encontré atractiva, más cuando su falda se empecinaba en dejar al desnudo sus muslos encaramándose sobre sus rodillas. ¡Qué tontería! Me bastó tratar de incorporarme para sentir que mi cuerpo ya no era de este mundo. Y si un espejo me hubiera reflejado, me habría dado cuenta de que mi cuerpo sobrecogía más que el del jorobado de Nuestra Señora. Además mi vida amorosa hacía tiempo era cosa del pasado. Desalentado, preferí responderle con toda seriedad:
–Cuando publiqué el artículo era un hombre maravillado con el sexo, que no le hallaba pies ni cabeza a las prédicas moralizadoras. Que veía a los predicadores concentrados en la condenación de las conductas sexuales, sin enfilar sus baterías contra los auténticos pecados. Que los veía alborotarse por la infidelidad, pero eran sordos y mudos ante la insensibilidad social, ante la corrupción y la violencia, y en general ante las faltas que atentan contra la vida, la propiedad y la reputación de las personas. Me exasperaba que sectores de la sociedad, católicos y protestantes, redujeran al comportamiento sexual todo el discurso, y sobre todo que presentaran unos puntos de vista que ni de fundas compartía. Además, esos hipócritas, que en gran medida los creía, atentaban contra la libertad sexual con la que yo soñaba. Ya había dejado de ver tanto romanticismo en el amor y disociaba el deseo del amor, convencido de que el disfrute sexual era una entretención más, sin las ataduras del afecto. A mi favor tenía el acuerdo unánime de mis amigos, que en estos temas eran bastante liberales.
Eliana entonces indagó que tanto habían cambiado mis concepciones con el tiempo. Para su sorpresa le confesé que eran las mismas, sólo que había aplacado la forma de expresarlas.
Luis María Murillo Sarmiento
Ir a: ¿Cómo será la muerte? (“Seguiré viviendo” 53a. entrega)
“Seguiré viviendo”, con trazas de ensayo, es una novela de trescientas cuartillas sobre un moribundo que enfrenta su final con ánimo hedonista. El protagonista, que le niega a la muerte su destino trágico, dedica sus postreros días a repasar su vida, a reflexionar sobre el mundo y la existencia, a especular con la muerte, y ante todo, a hacer un juicio a todo lo visto y lo vivido.
Por su extensión será publicada por entregas con una periodicidad semanal.
http://luismmurillo.blogspot.com/ (Página de críticas y comentarios)
http://luismariamurillosarmiento.blogspot.com/ (Página literaria)