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Ir a: Fe, corazón y alegría (9)

Encuentro con lo vivido

Los habitantes de la casa se despertaron muy temprano gracias a los enérgicos ladridos de Bruno, Carlitos corrió asomándose a la ventana para verlo corriendo y ladrando en círculos como un loco.

- No fue un sueño - Pensó - El abuelo realmente estuvo aquí.

Se vistió tan rápido como pudo para correr a su encuentro. En el pasillo se encontró con su madre y Micaela que no acababan de comprender cómo era que el perro había recobrado la salud y el ánimo de un día para otro. Salieron al jardín, Alma y él se pusieron a juguetear con la mascota hasta que Micaela apareció con unos jugosos trozos de carne para el resucitado, quien no perdió tiempo y en un dos por tres los engulló con avidez. Miguel fue el último en salir. Aún tenía la mala cara de la noche anterior, Carlitos corrió hacia él.

- Papá - Le pidió- Mientras está listo el desayuno vamos tú y yo a dar un paseo a caballo.

Miguel hizo el característico gesto de negación, más, al ver el rostro suplicante de Carlitos, reaccionó. Aún cuando no tenía ganas, reconoció que no estaba prestando la atención debida al niño. Diez minutos más tarde, estaban cabalgando. Se detuvieron un momento en el estanque para permitirle a los caballos descansar sentándose sobre la hierba a conversar. Platicaron de todo un poco, por primera vez, Miguel se daba tiempo para escuchar a su hijo.

-Con razón añora tanto este lugar - pensó mientras lo miraba juguetear con los patos.

- He pensado utilizar la cabaña para pintar ahí -Dijo de pronto Carlitos, observando a su padre, en espera de alguna reacción.

- Así que montarás un estudio y toda la cosa ¿eh? - Rió Miguel - Entonces, lo de la actividad artística va en serio. ¿A partir de cuándo te dio por pintar?

-Es que no me había dado cuenta de lo maravilloso que es, puedes representar las cosas como tú quieras, inventar aventuras, retratar paisajes, representar rostros y cualquier cosa que desees para tenerlos así siempre. ¿Tú nunca has pintado?

-No - Respondió con melancolía- Antes, en mi infancia, sí solía pintar de vez en cuando. Pero he tenido la obligación desde pequeño de trabajar para sobrevivir, y ahora, debo hacerlo con más empeño para sacarlos adelante a ustedes, que son mi familia...

-Pues entonces vamos a llevar mi pincel y todo lo necesario a la cabaña y así podrás hacer algo para mí. Ahora estás de vacaciones y tienes tiempo; te propongo que, mientras tú trabajas, yo arreglo el lugar.

Carlitos hablaba sin parar, Miguel lo observaba, pensó en lo mucho que había crecido. Entregado fielmente al trabajo, perdió los más tiernos años de su hijo, dedicando cada minuto de su tiempo a la computadora y sus formularios; de pronto, sintió en su corazón grandes deseos de pintar para desbocar ese terrible sentimiento de pérdida que estaba experimentando.

- Vamos por tus cosas - Dijo con firmeza.

Mientras Miguel estaba sentado a la mesa mirando el papel y las pinturas sin decidir aún sobre lo que pintaría, Carlitos limpiaba la empolvada cabaña que mostraba los estragos del abandono al que estuvo sometida los últimos años. De pronto, la caja metálica se abrió sola, dejando a la vista el mágico pincel.

-¡Qué bonito pincel!- Exclamó admirado.

Como si estuviera en medio de un trance, lo tomó entre sus dedos, comenzó a trazar líneas en el papel en blanco que tenía frente a él. Llegaron a su mente escenas de su lejana infancia. Mientras realizaba su obra, dentro de su cabeza, una voz de tenor cantaba con claridad y talento:

“Tú que piensas que los sueños no se hacen realidad te falta despertar para comprender la verdad. Mientras pasas tu vida sin fantasías cumplidas, entre mentiras, falsedades e ilusiones en ruinas has dejado en el olvido esa infancia tan bella. Son los niños quienes piensan en hadas, princesas y estrellas, en cambio los adultos... ¡Los complicados adultos! ellos solo saben de problemas, fracasos e insultos. Es en la niñez cuando en verdad vivimos porque de niños somos espontáneos, juguetones... siempre reímos. Cuando crecemos, se nos olvida reír... se nos olvida soñar, y solo pensamos en claudicar. ¿Dónde está la pasión y la felicidad? ¿Dónde las flores, el cielo limpio? ¿Cuándo fue que acabó la hermandad? ¡Qué triste es la vida... qué difícil... qué cruel! ¿Quién pudiera ser niño otra vez? Para tener fantasías, para vivir de ilusiones, para soñar con castillos, príncipes y dragones. Para que al crecer... nuestra inocencia nos ayude a creer”.

Micaela entró en la cabaña llevando en las manos una bandeja con limonada y manzanas.

-Me han dicho que aquí había dos personas muy trabajadoras, y me dije: Micaela, hay que llevarles agua fresca.

Miguel volvió de su ensimismamiento. Estaba sudando copiosamente. Miró el dibujo sobre el papel, los ojos se le llenaron de lágrimas, arrancó la hoja y salió corriendo de ahí.

Mientras Micaela y Carlitos, sorprendidos, lo seguían con la mirada.

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Elena Ortiz Muñiz

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