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Ir a: Fe, corazón y alegría (2)

Capítulo III: Todo cobra vida

Esa noche, contrario a las anteriores desde que el abuelo murió, Carlitos pudo dormir a pierna suelta, tan pronto su cabeza tocó la almohada, se quedó profundamente dormido, e inmediatamente comenzó a soñar: Soñó que los dibujos del abuelo se levantaban y comenzaban a volar por todo el cuarto como si los moviera el viento. Pasaban bailando a su alrededor maravillándolo.

De pronto, se vio en medio de un gran desfile en el que tortugas gigantes caminaban delante de astronautas avanzando sobre patines, dinosaurios formado una torre enorme con sus cuerpos montados ... ¡sobre los hombros de un mago! Poco a poco, sin saber de dónde, aparecieron personajes de circo, unicornios, bailarines, árboles danzando y una interminable lista de seres prodigiosos que iban cobrando vida convirtiendo su cuarto en una romería de  fabulosos y extraños personajes.

De súbito, una luz inundó la mesita en donde el pincel permanecía dentro de su caja junto con los libros de cuentos. La cajita metálica se abrió, sin que alguien lo hubiese hecho, como movida por los cientos de chispitas de colores que titiritaban cayendo a su alrededor.

El pincel se levantó, comenzó a bailar por todos lados, mientras los personajes fantásticos cantaban y danzaban en alegre compás:

-“¿Dónde estás amigo pintor?” - Entonaban con entusiasmo

-“Necesito de tus trazos, del color  y de tus lienzos” -Continuaba canturreando el pincel...

-“Quiero sentir sobre mí la fuerza del viento ¿Acaso también tú piensas que soñando estás perdiendo el  tiempo?”

-“¡No te dejes vencer! “-coreaban todos- “Tal vez tus trazos logren conmover”

-“Tu inocencia puede hacerme vivir” -continuaba el pincel

-“¡No claudiques!” -pedían- “Deja que tus sueños podamos teñir”

-“Encontremos juntos la pasión” -Decía una bailarina de balet

-“Viajemos a la diversión” -Invitaba un payaso de singular rostro

-“Olvídate de la tristeza” -Le aconsejó el dragón de tres cabezas

-“Enciende tu corazón y deja a un lado la pereza -Pedían las cebras con abrigo y el Pegaso

-“Regresa amigo pintor” -suplicaba el pincel- No me dejes solo. Necesito tu inspiración”.

De pronto, todo se oscureció, la música cesó, y quedaron algunas voces en  susurros implorando acción:

-“Regresa amigo pintor”

-“No nos dejes solos gran creador”

-“Necesitamos tu inspiración”

-“Déjanos florecer”

Antes de que la caja metálica se cerrara con el pincel dentro, éste se incorporó un poco y cantó tristemente:

“¿Dónde estás amigo pintor? ... ¿Acaso también tú te dejaste vencer? ... Ven, confía en el pincel”.

Todo se quedó en silencio mientras, en la cama, Carlitos trataba de entender sumido en la oscuridad, si lo que acababa de suceder había sido sueño o realidad.

A la mañana siguiente, el reclamo furioso de su madre lo despertó sobresaltado. Alma, de pie frente a la puerta del cuarto, hablaba con indignación por lo que estaba presenciando, Carlitos, sin entender aún lo que pasaba, miraba asustado a su alrededor.

Las pinturas del abuelo estaban por todas partes: suelo, paredes, armario, techo y puertas. Los huecos que quedaban entre unas y otras habían sido llenados con frases escritas con pincel y tinta negra. A donde quiera que uno volteara podía leer cosas como:

No te dejes vencer. No claudiques. Deja que tus sueños te envuelvan. Olvídate de la tristeza. Enciende tu corazón. Regresa. No me dejes solo. Necesito tu inspiración. Déjanos florecer.

Súbitamente, un fuerte apretón en el brazo lo volvió a la realidad. Alma le exigía levantándolo de la cama, que pusiera orden en todo aquel caos, reprochándole su comportamiento, le pidió que limpiara y borrara esas tonterías.

Carlitos no sabía qué había pasado. Estaba seguro de que él no había hecho nada ¿Acaso sería sonámbulo? Tal vez se había dejado influir por lo que soñó e inconscientemente hizo todo eso durante la noche.

Miró la caja metálica sobre la mesa. La abrió cuidadosamente, con temor. Ahí estaba el pincel: limpio, seco, sin rastro de pintura. Y el arillo de oro con sus tres iniciales brillando al contacto con la luz.

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Elena Ortiz Muñiz

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