Lleva despacio sin prisa el viento,
una melodía que va endulzando,
amansando al mar, y sus olas bravías
en medio del sol, a la mitad de la vida.
Su silencio en tan inmenso
y mayor como el agua
que cae del cielo sin furor
como lluvia, garúa fría y temblor.
Al caer del día,
entre las palmeras del puerto se ven
los veleros grises y sin luz
porque él un día calló su voz,
cerró su aliento,
cayó su abrigo de ilusión.
Y su fe tan fuerte en el amor
se quedó en silencio su razón.
Porque aquel que amaba calló su voz,
su mirada blanca.
Desde aquella noche gritan las estrellas
y en la madrugada no hay luna ni doncellas,
mientras el viento envuelve cauteloso
el perfume del hada y su tristeza,
y despacio recorre el cielo
anidando en la piel de sus dedos
ese abrazo que un día fue eterno
en silencio, sin versos, sin aliento…
El hada se duerme, entre sus alas se acuna
a la luz de luciérnagas, con sonidos de lluvia.
Se mueven despacio las olas
y en ellas su voz se aprisiona,
el silencio del hada al final de la vida…
Autor, Mónica Lorena Cueva Calle
Cuenca, 2 de septiembre 2005, 12:56am