Esa noche, de camino a casa, un lamento detuvo mi apresurado andar,
era un sollozo lastimero parecido al de un cordero que llevan al matadero.
Agazapada, como si fuese animal herido, una mujer turbada yacía junto al riachuelo.
La penumbra lo dominaba todo con estrellas y luceros, que a ella, parecían incomodar.
Pues el reflejo luminoso, rompía la opacidad y reflejaba su silueta
evidenciando, así, su presencia desvalida que desgarraba la calma y aquella quietud.
De su vientre de mujer manaba, irrefrenable, un hilo sanguíneo a través de la grieta
que su propia mano había abierto poniendo en peligro aquella vida en plenitud.
Me acerqué presuroso, presto a ayudar, mirando la mano que aún apretaba el puñal.
Presté atención a aquel rostro bello a pesar del dolor,
me detuve en sus ojos colmados de tristeza cuyos surcos denunciaban su edad otoñal.
Era inútil, estaba cerca el momento postrero, se marchitaba como si fuese una flor.
Lleno de coraje e indignación, alcé la voz exigiendo una explicación.
¿Cómo puede nadie profanar su cuerpo, terminar su paso con tal decisión?
Acercó su mano trémula y débil, para que la tomara entre las mías
- ¿Acaso tu sufrimiento es tal -increpé- que a la existencia renuncias?
-Padezco tanto, señor- respondió con cansancio y debilidad- Lo mío no era vida.
Mis hijos ingratos se han ido hace tiempo, de mí no se ocupan ni llaman jamás,
trabajan incansables, solo a sus esposas dedican un tiempo y no a esta madre abatida.
De mi se acuerdan, acaso si hay problemas o alguna enfermedad ¡Estoy tan afligida!.
-Pero, entonces...si tienes hijos es porque te realizaste como mujer,
experimentaste el milagro de dar luz a un ser parido por ti con sufrimiento y dolor,
los cuidaste y amamantaste, los ayudaste a crecer, seguramente con devoción y calor.
Se hicieron hombres, formaron familia ¡Son personas de bien! Cumpliste tu deber.
¿No te das cuenta? - continué- que esa es la ley no escrita para los padres.
Los hijos parten a trazar sus propios caminos, llevando tan solo de sus progenitores,
ejemplo de bien y el cariño. El fervor llega con los golpes, junto a los pesares.
Y sin embargo, ¡bendita! , a ti acuden en las tribulaciones buscando que los ampares.
Un breve silencio reinó, mientras la moribunda jadeaba con gran esfuerzo.
-Mi esposo...me abandonó- Susurró al fin - se fue con otra y sola me dejó.
No le importó cuánto lo quería, ni los años de fidelidad, aún en lo adverso,
se lo dí todo, me entregué a él entera.. aún así, de mi se alejó.
-¿Conociste el amor en toda su plenitud criatura valiente y afortunada?
Te arriesgaste a entregarte confiada y llena de fe. Te sentiste amada y venerada.
Le diste hijos y tus mejores años. Tuviste entre tus carnes a quien albergar.
¡Otros están tan solos y amargados por que no se atreven el corazón entregar!.
Dos lágrimas breves y débiles cayeron de sus ojos y sus labios comenzaron a temblar.
-Es que ¡mi vida ya no era vida!. Todo siempre tan rutinario, trabajando sin descanso.
A levantarse aún de madrugada y acostarse hasta no poder más de tanto cansancio
¡y por tres míseras monedas que para nada alcanzan! Estoy harta de tanto pelear.
-Pero ¿cómo teniendo un trabajo puedes renunciar?. No hay nada más gratificante
que el poder ser útil y ganar el propio pan con esfuerzo y sudor,
para después llegar a casa y lograr dormir profundo sin la conciencia inquietante
habiendo tantos a los que, las culpas les impide tener un sueño acogedor.
-De cualquier manera- musitó la suicida- estoy sola.
-Eso si es cierto - reconocí- pues contabas con la compañía más valiosa a tu lado,
más que un hijo, que un marido enamorado...
Te tenías a ti misma...pero te has asesinado.
Finalmente, la más ingrata has sido tú con tu persona,
pues cuando más fuerza y coraje se necesitaba de ti, a tu espíritu abandonas.
La pobre desdichada comenzó a resoplar,
después sobrevino el último aliento. Se fue.
Sobre su rostro, pálido y desencajado, soplaba el viento ¡Pobre alma abatida!
El alba anunciaba su llegada, mientras entre mis manos, la suya cual paloma fallecida.
En verdad les digo, amigos míos:
-No hay mejor privilegio que subsistir en vida ... con vida.
Elena Ortiz Muñiz