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La luz que la tarde trae,

tiñe de paz los cordeles,

los trigos ya están dorados,

huele a centeno y a mieses.

Que fácil suena la vida,

cuando en la vida se tiene

la nata de la ilusión,

y el verdor de los vergeles.

Dame tu vientre de plata,

cuando la luna despierte;

porque renace  la noche,

bañada de luz de peces.

Van los suspiros flotando,

en ristras de cascabeles,

el hambre de mis pupilas

clava mi boca en tu sienes.

El cielo roto de orgullo

busca en tu aroma silvestre

la flor de tu corazón,

donde mi voz se detiene.

El aire mueve tu pelo,

huele a jazmines tu frente,

tus muslos, bronce fundidos;

almíbar tus pechos fuertes.

La noche queda fundida,

sólo nos mira la fuente;

hechizos de labios rotos;

beso tu boca, amanece.

 

F. Gallego. 10 de junio de  2018.

 

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