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Me di el baño,
Prendí el cigarro,
Creí haber dormido,
Creí haber caído de costado.

No me llego el cansancio,
Y vuelvo a caminar sin sueño,
Con las orejas en habon,
Y los pasos en silencio.

Me aguanto en el encierro,
Lo espero con la mente brumada,
Lo espero, lo espero quieto,
Me paro, me siento de nuevo.

Hay una sirena que suena,
Son los que conmigo están sin sueño,
Salgo, caigo en cuenta,
Son las voces de los muertos.

Todas las horas en desvelo,
Sigo en piernas despiertas,
Sin saberlo,
Me paro, me siento.

Veo en derredor de la mesa,
Pienso en el aullido de los truenos,
Que duerman los ladridos de los perros,
Que se echen en el suelo.

Apago la luz, me voy,
La prendo y así la dejo,
Duerme la sirena,
De nuevo se despierta.

Ahí se ven los muertos,
Se les desinflan las estrellas,
Recostados de cabeza,
Con las piernas bien derechas.

Al final no existe insomnio,
Son los ojos, son los muertos,
Son aquellas voces,
Que a menudo te despiertan.

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