Despertó en un día eterno.
No había estrellas, ni oscuridad,
ni fuego.
Sólo el frío como un velo.
Despertó en el suelo,
extraña en la mirada
del que vive
escondiendo su cara.
Se meció con una nana,
susurraba, se abrazaba,
buscaba y se escondía
de aquella que fue un día.
Camelias en el pecho,
para un difunto sentimiento
que se llena con el tiempo
y se esconde de la mañana.
De la herida de sus labios
se escapa goteando
el nombre del que tanto la amaba.
Tanto la amaba…
que no había otra cosa
en el mundo
que lo que ella soñara.
Que el futuro era viento
y el presente madrugadas…
Decía en voz alta
lo que ella susurraba.
No vio en ese momento,
no escuchó el lamento
que descansa en el silencio
aguardando la mirada.
Ella…
de su abrigo desahuciada,
lo buscaba en los rincones,
en las calles, en su cama.
Y ahora que desea
no ser su esclava,
siente su aliento
en los pliegues de su alma.
Quiere llorarle y llorarse,
marcharse,
pero se pierde en el invierno,
como cuando pudo no amarle.
Si pudiera con sus besos
despojar a ese amor
de todo el dolor
que deja en los dos.
En cada golpe él pregunta
en qué lugar de su mundo
se esconde la mentira,
el deseo, la fatiga.
Y no escucha que desde el llanto
todo lo que ella siente
es sólo que no la mira,
es sólo que la asesina.
Y después el silencio.
Él es brisa que susurra y amenaza,
Hiere… y se levanta.
Acaricia y se marcha.
Y él…
Palabra derramada,
amor caído en sueños,
tanto gritar para decir que la ama,
tanto ayer caminado.
Corriendo entre paredes
que no dejan ver,
que no dejan hablar,
que él no dejó
que le hablara.
Y ahora lo mira volver
susurrando que no se debieron tocar.
Y la deja,
y se queda, esperando
donde acaban los sueños,
donde acaba el silencio,
en la resaca de llantos,
en la herida del suelo.
Donde se pierde la sangre
sin lugar al que llegar.
Donde la encuentra,
se esconde, la esconde.
Donde viaja sin ella
buscándola en todas partes.
Donde se mece la memoria
cuando tiemblan los labios.
Despacio, abrazan contra el pecho
toda esa nada que es suya,
a la que permiten que les queme
y deje marcados sus nombres
en sus caras.
Allí esperan, él y ella
y tantos,
que se confunden las manos,
se llenan de soledad,
y dibujan las bocas las palabras que callan,
ciegas las miradas
con la ausencia de sus almas.
Donde la locura provoca al llanto.
Fértil soledad
que creas vidas y almas
alimentadas de miedo, de lágrimas,
de sangre y batallas.