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Se encontraban cada noche de viernes en la esquina del bar
pero existían seis noches que no eran de viernes
tantas horas no dedicadas a él.
Por eso se perdía en el hechizo de sus ojos verdes
sintiéndose indefenso como cuando niño.
Las pestañas negras, el olivo de las pupilas
los párpados al caer…
era imposible soportar tanto placer.
¡Tendrá otros amantes!
¡Besará otros labios!
¡Tocará otra piel!

Los celos, la ansiedad…el afecto
se coló entre ellos
lo atacó a él
Besaba con ardor los labios de la intrigante mujer
saboreaba su néctar
paladeaba su carne
bebía de ellos para saciar su sed
pero jamás la aplacaba
inexplicablemente
desesperadamente.
Aquella dama no tenía dueño
era un ave libre que volaba por doquier
se posaba en cualquier rama
le daba lo mismo de quién fuera la piel.
Por eso él recorría sin dilación
aquellas rutas profanándolo todo
a veces con gozo
otras con gran sufrir.
Sus dedos subían los montes
conocían y reconocían los valles
exploraban las cuevas de aquel cuerpo níveo
lentamente… urgentemente… sin cesar.
Pues sus ausencias cavaban tinieblas terribles
la fiebre devoraba el cuerpo ardiente de él
la llamaba delirante
aunque no fuera viernes.
Cuando el ansiado día llegaba al fin
se nutría de aquellos senos ávidamente
más nunca aplacaba el apetito carnal
sus ganas impías le exigían comer más
devoraba el remolino de su centro
pero no por ello detenía su fuerza
la tempestad crecía hasta abarcar su universo
dominando pensamientos, ganas, todo
sacudiéndolo con fuerza inusitada
hasta llevarlo a la locura
de un deseo inmortal
que no encontraba cura
porque tampoco la quería buscar.
Contemplaba, ya en calma…sin prisa
el cuerpo desnudo
recorría con la vista cada centímetro
admirando las líneas
las curvas
los blancos y los oscuros.
Le dolía la llegada del alba
porque solo en viernes podía poseerla
por eso dormía solo en un lecho vacío
el frío invernal se apoderaba de sus huesos
el corazón gemía con sufrimiento y  dolor.
Los lunes ella se entregaba a otro
que le pagaba el doble por su entrega total.
Los demás días eran tantos los hombres
que ni siquiera recordaba sus nombres
aunque solo él podía poseerla
con esa pasión rotunda e irrefrenable
porque el ardor del primer momento
terminó cediendo paso
poco a poco
de manera absurda
…al Amor.

Elena Ortiz Muñiz

 

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