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Sus brazos enfermos, débiles, sin carnes
acunan tiernamente al pequeño adormilado
que a través de dos gotas de miel oscura
la observa tristemente suplicando piedad.

Recorre con sus dedos la espalda desnuda
acariciando la piel resquebrajada, enferma,
tan agonizante como el mundo en que les tocó vivir.

Los huesos de todo el cuerpo, pequeños, nuevos...
débiles, quebradizos, mórbidos...
dignos de una historia de terror.

Lo llevó en su vientre nueve largos meses,
le cantó canciones que hablaban de esperanza
y ahora que ha nacido, solo puede ofrecerle...
aflicción.

No tiene lágrimas que derramar
se han secado como sus ilusiones
se volvieron piedras duras que sangran los ojos al caer.
¡Cómo duele!
Duele tanto...
es infinito el dolor.

Duele el hambre y lastima la miseria,
lacera el alma tanta desolación.
En el cielo las aves de rapiña aguardan el momento
que tarde o temprano llegará.

La mujer tiende al pequeño cuidadosamente,
se arrastra hasta la gran olla que cuelga en la fogata
la hoguera está apagada vacía de lumbre...de calor.
Como sus oportunidades, así como su débil corazón.

Menea la gran cuchara revolviendo las piedras
dispuestas en su interior, mientras el hijo la observa
con esos ojos cada vez más hundidos en las cuencas
sintiendo el hambre cesar tras escuchar el sonido
de las rocas chocando con el metal...
hasta que se queda dormido...
sin sueños...con el suplicio punzando el estómago,
que cada vez se queja menos y se abulta más.

La mujer yace sin fuerzas junto al caldero de piedras
observando el camino desierto
por el que nadie transita
desde que su hombre se marchó.
Las aves vuelan en círculos,
comienzan a descender.

El momento está muy cerca
y él... él está tan lejos...
tendido entre la hierba que como una manta fresca
cubre el cuerpo fallecido...
tan muerto como el desesperado propósito
de arriesgar vida y familia
por encontrar el sustento del otro lado del muro.

Si tan solo las lágrimas fueran agua dulce y cristalina
que se pudiera beber...
y el dolor se transformara en comida caliente
lista para degustar...
si la maldad otorgara frutos
maduros y suculentos...
si las injurias tejieran
mantas en vez de ofensas...
si la ambición se volviera
cálida como un abrazo cariñoso...
Si tan solo fuera posible...

¡No habría hambre en el mundo!
ni sed, ni frío, ni desgracia.
Los niños crecerían felices,
las madres soñarían de nuevo
y la fe reinaría otra vez.

Elena Ortiz Muñiz

 

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