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Estaba sentado tras la mesa
de un café cercano a mi apartamento
donde algunas,
quizás las mas solitarias
de las tardes,
venía a tomar café.
Era un lugar
de los pocos lugares
en esta acerada ciudad
de gris pizarra,
donde podía sentir
ese apaciguamiento
de mi mente desquiciada,
desbocada de dudas.
Me sentaba
y dejaba pasar el tiempo
enlazando diálogos incompletos,
trazos de frases
y conversaciones
que lentamente,
muy lentamente esbozaban
el cuadro inconcluso y eterno
de las antiguas obras de bodevil
que años atrás
había visto en varias ocasiones.
Como si de un personaje más
se tratara,
componía el colorido de este lienzo
acompañado
de mi taza de café,
y entre sorbo y sorbo,
los personajes
pasaban junto a mí
con sus historias colgadas,
a sus espaldas cansadas.
Era curioso observar,
como acabábamos hablando
siempre de lo mismo,
de poesía,
o de mujeres
Y seguía pasando el tiempo,
impertérrito y decadente,
con la lentitud acostumbrada
pero era agradable
la sensación de sentirme
no como un escritor,
fotógrafo o pintor,
sino como partícipe
de una obra pictórica,
era como si el color
rojo, azul, verde o añil,
supiera su función
dentro de un cuadro.
La oportunidad de ser,
de participar,
de sentirme parte activa
unas veces,
en un cuadro de Cezanne,
y al poco
encontrarme en un lienzo Goyesco.
Era el paraíso de mi ego,
rodeado de cuadros y frases,
aderezadas de música y cerveza,
y como no,
de mi aromático y sabroso café
que como tantas tardes
han hecho pasar mis silencios y mis paranoias
al oscuro túnel del olvido.




UN SEGUNDO DE FELICIDAD.


Por un segundo,
rozaron tus labios
los míos,
en mi pensamiento,
al mirarte
sentada frente a mí
como una diosa,
iluminando con tu sonrisa
mis pupilas.
Cruzando miradas
furtivas,
entre las copas
desparramadas,
por la barra del bar,
soñé fracciones de felicidad,
de fantasías morbosas
que rezuman
el silencioso éxtasis
callado de mi soledad.
Fue un segundo,
un largo segundo
muriendo,
cuando te vi alejarte,
caminando,
con tus largas piernas seductoras
por el estrecho pasillo
a la salida,
para perderte
en las inmensas soledades
de las dudas.



OLEAJE HUMANO.


Aquella tarde vi pasar
todos esos endiosados cerebros,
vacíos,
carentes de fantasía vital,
que caminaban de un lado a otro
como hormigas hambrientas
de hojas frescas.
Y mientras,
yo observaba
desde mi posición
privilegiada,
el largo ir y venir
de las personas.
De vez en cuando
aparecía alguna cara conocida
que tras breves saludos
se alejaba entre la multitud perdida,
palpitante de inmadurez y snobismo.
Eran momentos
que despertaban mi letargo,
convulsiones de vida
que detenían el frenético latir
de espasmódicos
movimientos oscilantes,
de izquierda a derecha
y de derecha a izquierda.
Todo a mi alrededor
era relajante
hasta que el estruendo
del repique de campanas
de la cercana iglesia de San Pedro,
taladraba mi cabeza
y movía el resorte necesario
para que en un impulso,
eléctrico,
me hiciera tomar la decisión
de levantarme
de mi atalaya,
de mi almena,
desde la cual yo oteaba al mundo
con el grato convencimiento
de sentirme
un espectador privilegiado,
sentado en el anfiteatro de un cine,
en la soledad
de la última sesión de la tarde.
Decidí caminar
y unirme a esa marabunta
de endiosados cerebros,
vacíos,
carentes de fantasías,
carentes de sueños,
y dejarme arrastrar
hasta mi apartamento
donde la clara soledad,
amarga,
de vacíos amargos,
vuelve a corroer mis pensamientos.
Mientras,
ahí fuera,
el mundo sigue,
negociando sus libertades
maquilladas de odio y desdén,
con sus máscaras ingratas,
sus locuras,
llenas de ironía y desconsuelo.



SERPIENTES DE ODIO.


La obstinación y la locura
se apodera a veces,
inconsciente,
y como el polvo en los ojos,
me ciega,
me inhabilita
entrando en sórdidos terrenos
de vacío,
mientras el huracán
de las palabras
se acerca inexorable
destrozando todo lo que toca.
Voces y gritos desbocados
como dardos hirientes
lanzados con maligna venganza
me van dejan dejando heridas
que el tiempo no cicatriza
y todo se oscurece a mi alrededor
llenando las copas,
aquellas que contenían amor infinito,
con serpientes de odio contenido.
La soledad me atrapa
y sangra el silencio,
y muero lentamente
mordiendo mis palabras
en el fondo de mi alma.



ES TIEMPO DE MENTIRAS.


La luz asoma por mi cuarto
reptando hasta mi cama
para atrapar mi locura.
Es tiempo de mentiras,
de melancolías mudas,
de sórdidas escenas
que alimentan mis penas
con sonrisas fingidas.
Es tiempo de mentiras,
de falsedades,
de amarguras,
delicadas coberturas
maquilladas de dulzura
para ocultar mil heridas.
Es tiempo de mentiras,
de soledad y silencios,
de largas esperas,
de llantos rotos,
de recelos,
de agonías,
de sueños apagados,
de calladas fantasías.
Es tiempo de mentiras,
de flores marchitas,
de tormentas,
de lobos hambrientos
que devoran la inocencia.
Es tiempo de mentiras,
de falsos amores,
de pasos perdidos
en los caminos muertos
donde arraiga la cizaña
y el polvo oculta mis huellas.
Es tiempo de mentiras,
de moribundos y enfermos
que pasean sin rumbo
por lujosas avenidas.
Es tiempo de mentiras,
es la muerte en vida.



EL COLECCIONISTA.



A veces el color rojo
me persigue,
se apodera de mi,
ojos rojos,
mejillas rojas,
y se arrastra
calle abajo
hasta alcanzar mis zapatos.
Mis huellas calladas
se pierden en el pasado, (imperfecto)
como la brisa en la tormenta,
y el temor y la locura
me atrapa una vez mas,
me abraza
y me oprime
con sus tentáculos de ira
hasta exprimir
mil gritos mudos.
Mi alma se desgarra
y sangran mis heridas,
soledades ingratas
que adornan mis estantes.
Miro la luna
reflejada en los cristales,
soy el coleccionista de ilusiones,
de sueños malditos,
y cuelgo en las paredes
mis penas y anhelos
como cuadros deformes
que me miran
y me maldicen.
Es media noche.
noche cerrada,
y el tañir de las campanas
anuncian mi muerte.
Soy el coleccionista de miedos,
el coleccionista de odios,
el coleccionista de gritos,
y la fría y verde yerba
cubre mis cenizas.
Mientras,
los coches pasan,
y al otro lado,
el reflejo de la luna.



Javier/Vitoria/2000
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