La existencia gira y gira, con pequeñas variaciones,
no hay escape, ni manera de emprender la huida.
Las subidas y bajadas bromean con las emociones:
así son las cosas en este juego llamado vida
En consecuencia, un buen día, el pequeño crece.
Dejando atrás esa añorada época de juegos y aventuras
para adentrarse en el mundo adulto en el que la preocupación prevalece
y no hay certeza de nada, pero sí, grandes dudas.
A la vida encara con valentía y decisión:
Sufre desengaños, experimenta la pasión,
lucha por sobrevivir a la batalla sin casco ni protección.
A veces, herido cae, pero supera los daños y la aflicción.
En su largo caminar, el amor llega a encontrar,
y no pocas veces, lo logran lastimar
causándole heridas profundas que tardan en sanar,
pero que no le impiden volverlo a intentar.
A personas que ama a lo largo del tiempo, ve morir:
aquel amigo fraterno que lo vio sufrir
a su padre tan bueno, a su abuela ejemplar
y a uno que otro colega del reino animal.
Ha aprendido a llorar, y también a reír.
Sabe construir y destruir.
Con grandes esfuerzos erige su hogar,
y forma una familia con quien compartir.
Con el pasar de los años
en su rostro el tiempo dejará sus huellas,
Más, de sus vivencias orgulloso estará
si es que siempre apuntó a las estrellas.
Sin embargo, tarde o temprano llega el momento
en que vencido por los años y con gran sufrimiento
deja su existencia en manos del recuerdo
de quienes lo despiden con llanto y lamentos.
Es entonces, cuando desde allá suplica
temeroso de que a todo aquello se lo lleve el viento
y de que se pierdan los surcos y simientes que preparó con tiento
esperando a que alguien coloque semillas y siga su ejemplo.
Porque vale la pena sembrar en este espacio incierto
y que no quede el paraje de la existencia desierto.
Permanecer. Ser siempre. Aún cuando se esté muerto.
Gritar y pelear, luchar y proclamar. Que sea sonoro el estrépito.
Que no se borre la vida…
de ningún ser humano.
Que no se olviden los logros
ni los pequeños fracasos.
Que no sea efímero e inútil el paso o la existencia
y queden tan solo frías tumbas olvidadas e infértiles
dentro de un cementerio cuyas lápidas de borrosas letras
guardan huesos inertes y nombres sin esencia.
Que ni el anonimato o la mediocridad
sean la bandera que muestre la identidad.
A encontrar el camino… a buscar el destino…
para que valga la pena haber nacido.
Para que al morir, quede una estela de valentía y ejemplo.
Una prueba viva de que a pesar del mal tiempo
insistimos en ser mejores desplegando nuestras velas,
para navegar en un mar de lucha que no tiene fronteras.
Que no se borre la vida… Ni la mía ni la tuya.
Que quede un testimonio de que en este mundo
nuestros pasos resonaron dejando un eco sonoro,
duradero y muy profundo
Que no se borre la vida. Escríbela con grandes letras,
de tinta indeleble la pluma. Día a día. Paso a paso.
sin cejar en el intento. Pues el reloj sigue corriendo
y todos tenemos un tiempo.
Elena Ortiz Muñiz