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II parte

PRELUDIOS DE UNA CATÁSTROFE

Cada mañana al despertar en mí álgida celda, pienso. ¿Qué cosa extraordinaria podría traerme este nuevo día; que logre sacarme siquiera un instante del  profundo desgaste existencial con que mantengo? ¡Creo que nada! La guadaña del tiempo le ha dejado libre el camino a la soledad para que a diario se ensañe conmigo carcomiéndome.  Tanto malogro, me dan enormes ganas de gritar. Como también otras veces, tanta ira, me revuelve los nervios adentro, a punto de explotar.

Yo creo que mi alma, corazón y mente estarán siempre ligados a mi tierra, mi cultura y costumbres de mi  época de adolecente; cuando tenía doce años de edad; cuando era despreocupado e inocente y me sentía orgulloso de ser "armeruno" un claro espécimen  de superación en potencia.  Estudiaba primero de bachillerato en el colegio “Santo Domingo” todos los días iba a clases por la mañana.  Y, en las tardes, me rebuscaba alguna que otra moneda casual recibida como propina, o buscaba a mis amigos. Me encantaba reunirme con ellos para recochar. El " Parque Fundadores" ubicado en el centro del municipio, era el punto de encuentro de los armeritas.  En sus alrededores, además  de los bancos y el despacho de la alcaldía; había proliferación de hoteles, almacenes de cadena, panaderías, heladerías y restaurantes para todos los gustos y paladares. Por su clima agradable diariamente Armero era visitado por turistas de todo el país y comerciantes. El cura párroco por una acción jurídica llamada "de amparo ", había hecho que desalojaran del pie de su iglesia algunas cantinas, bares y discotecas, con el agravante de ser "antros de perdición"; donde en medio de la algarabía de los adultos; también a escondidas de sus padres; a sus anchas las frecuentaban "menores de edad" 

No haber cumplido mi deseo de recibir  el sacramento de  mi “Primera comunión” en la iglesia de " San Nicolás" fue para mí frustrante. El séquito del padre “Nicanor” párroco de la iglesia; cada años el siete de diciembre (noche de las velitas) día del dogma la Inmaculada Concepción de la Virgen María;  se celebraba la ceremonias de la primera comunión en familia; eran ¡hermosamente espirituales¡ y gratificantes, porque niños, jóvenes e inclusive adultos llegaban de todas partes a para los feligreses la primera comunión de sus hijos. Alguna vez de este designio, se lo manifesté a mi madre, y ella asintió estar de acuerdo conmigo sin objeciones. Pero, no fue posible; porque ya estaba escrito que la avalancha se lo llevaría entre su magma calcínate.

Un mes antes del hartazgo de muerte´; en el fresco de una noche estival;  mi madre “Julia” nos reunió  a mi hermana “Isabel” y a mí; para manifestarnos que había tenido un extraño sueño donde los tres éramos protagonistas “Nos encontrábamos los tres sentados en la acera de enfrente de la casa, conversando. Un escalofrió le recorrió su cuerpo e hizo que reaccionara. Levantó la mirada justamente en la dirección de las fumarolas del “Nevado del Ruiz”…y descubrió con sobresalto que estábamos solos en medio de un valle lleno de maleza y muchas cruces. Que parecía un cementerio, pero su subconsciente le aseguraba, que no lo era.  Que entendía la cruda realidad de que en ese campo de paz se encontraba sepultada la población de Armero y nuestra casa. Sintió miedo… mucho miedo y su reacción fue salir corriendo con nosotros de aquel lugar. Pero cuando se decidió hacerlo, Isabel mi hermana ya no estaba… había desaparecido. Entonces mi madre se desesperó y comenzó a buscarla por todo ese valle fantasmal;  llamándola a gritos por su nombre. Solamente el  eco de sus gritos le respondía devolviéndose hacia ella resonantes y agudos… Extenuada por la búsqueda infructuosa, una profunda tristeza la invadió y la saco de aquella horrible pesadilla”.

Aquel sueño de mi madre que había tenido,  fue premonitorio de aquella situación anunciada desde meses antes, inclusive años, que los habitantes de Armero – una prospera población rural en el norte del Tolima, Colombia – habían tenido conocimiento de una posible tragedia, y la explicación del complejo arraigamiento que la población tenia por sus pertenencias que hicieron a la gente incrédula y “tomaran las advertencias y alertas, como simples especulaciones”

También los animales presintieron la tragedia. Vecinos supersticiosos me habían contado que, en el anochecer del martes 12 de noviembre de 1985, fueron víctimas de un pánico extraño provocado por los animales domésticos: En el campo, las vacas se revolvían inquietas en sus establos y en el pueblo los perros aullaban y las gallinas no podían estarse quietas en sus gallineros. Un matrimonio  que veía en la televisión un partido de futbol, les molestaba el ruidoso revoletear de sus canarios en la jaula. Pero todo quedó allí, nadie nos inmutamos por abandonar el lugar pese a las advertencias ante un fenómeno natural, que era imposible de evitar; Tal vez, si se hubieran tomado conciencia de su gravedad, se hubieran podido evitar tanta muerte inútil. 

La noche de aquel día miércoles 13 de noviembre de 1985;  ¡Era una noche fría y lluviosa ¡ llovía, y llovía torrencialmente como nunca había llovido en Armero. Luego en forma intempestiva cesó la lluvia de agua y comenzó el más extraño aguacero de arena menuda y tibia con un fuerte olor a azufre. Afuera, en las calles ya comenzaban a formarse pequeños corrillos de  vecinos preocupados por los hechos; después de comprobar que lo que estaba sucediendo, no se trataba de una inusual llovizna pasajera que había iniciado a las 5 PM. El pánico fue más para “los armeritas” por el más extraño aguacero que empezó acompañado de lluvia, ceniza y arena. Se oía el barullo por las calles de personas, que vociferaban en voz alta su suerte y la gran incertidumbre que había provocado las alertas rojas de los expertos vulcanólogos sobre el eminente peligro por la actividad del “Nevado del Ruiz” Adormilado me encontraba en mi lecho, cuando escuché la fuerte explosión de la montaña. De una pieza quedé sentado en la cama pasmado del  susto. El aguacero ya había cesado, pero el olor a azufre seguía penetrando el ambiente. Con la explosión, del volcán Arenas se desprendería parte de la corona de hielo del Nevado y  comenzaría la avalancha a descender con furia en  lodo y materia volcánica que luego llegarían a los ríos: una de agua (por el hielo desprendido) y después, de lodo, árboles, rocas y residuos, haciendo que aumentaran desmesuradamente de caudal los ríos: el Lagunilla, el Chinchiná, el azufrado y el Gualí. Mucha gente se encontraba durmiendo cuando esto ocurrió, siendo las 11:30 PM… Sin pensarlo dos veces salté de la cama y al pisar el suelo, este se encontraba anegado. Busque a mi madre y hermana en sus dormitorios también  anegados. Ellas… venían por mí.  - El suministro del agua inexplicablemente ha sido interrumpido y ahora estamos a oscuras  y encharcados -dijo mi madre -  un  tanto molesta- Esto no presagia nada bueno. - Tenemos que salir de aquí… alejarnos de la zona y de prisa... Nos tomó de la mano, y, salimos  los tres a la calle, en medio de una espantosa oscuridad. La gente corría en tumulto sobrecogida por el pánico, corrían de un lado para otro, la mayoría estaba semi desnuda llevando a cuestas algunas de sus pertenencias. “Dios mío”! Cuanto caos y dolor, hubo esa noche ¡Gritos de angustia clamando auxilio, mucha desesperación, blasfemias y sollozos de niños angustiados buscando a sus padres, se escuchaba por doquier. Alumbrándose con linternas y teas de alcohol y querosene, la procesión humana avanzaba enloquecida a las partes más altas del valle.  El claxon de automóviles, camiones y buses; ensordecían sonando al tiempo; Todos querían salir del pueblo, atestados de gente y mobiliarios.

Al principio se escucha la amenaza lejana; semejante a un ruidoso  trepidar de una estampida de bestias desbocadas en salvaje carrera. A medida que se acercaba la avalancha, el murmullo se volvía atronador y sus efectos comenzaban a producir estragos a la población. En ese momento comprendí que todos estábamos destinados a perecer.

 

Continuará…

 

 

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