En aquella calle con nombre de héroe, cerca del mar, se levantan de lado a lado casas de una caprichosa arquitectura de la cual cada uno de sus propietarios se siente muy a gusto. Uno de ellos es Rafael Medina, versado conocedor de historias sobre boleros, tangos y béisbol.
A la sombra de los helechos que adornan el recibo de su casa, de tarde en tarde nos enteramos de muchas cosas que él suele contar con la firmeza de quien no teme equivocarse, ya que muchas de sus historias son sus vivencias en diferentes etapas de su vida.
Cuenta Rafael Medina que hace muchos años, finales de los años treinta, aparecieron por la popular parroquia San Juan, en la ciudad de Caracas unas gitanas que se ocupaban de leer la mano y otras tareas muy comunes entre gente de su raza.
Desde muy temprano se desplazaban por la ciudad estas mujeres de ojos verdes con miradas de misterio, de faldas largas estampadas con vistosos colores, alegres, con mucha gracia para ganar voluntades. De Palo Grande a Río, frente a la Iglesia de Palo Grande era su sitio de reunión, en un terreno en el cual sombreaban bajo frondosas matas de jobo esparcidas en el lugar, muy cerca del conocido Río Guaire.
Por aquellos días las corrientes del citado río eran muy limpias, muchas personas lavaban sus enseres domésticos en sus aguas, las cuales traían olor a verduras, frutas y cañaverales sembrados a su ribera.
En este lugar, cuenta Rafael habitaba un personaje muy popular, Salvador Flores, el cual con su arpa recorría la ciudad animando la plácida vida de los caraqueños. Terminada su labor musical en determinado lugar, cubría su arpa con un estampado percal y proseguía su incansable peregrinar por calles y veredas de los cerros que bordeaban la ciudad. De las andanzas de este popular personaje nació el conocido dicho caraqueño: llego Salvador con el arpa.
Una tarde en uno de sus viajes en la nave del recuerdo, nos cuenta Rafael Medina: comenzando la década de los años cuarenta, cuando aun no asomaba en nuestros hogares la televisión, bien llamada por algunos, ventana al mundo, el pasa tiempo más popular después de la radio eran las tandas en vivo de artistas nacionales o extranjeros que presentaban los cines en funciones especiales los fines de semana.
Del cine mexicano se presentaron entre otros Jorge Negrete, Pedro Infante, Fernando Fernández, el “che” Reyes, Pedro Vargas, Ortiz Tirado, Néstor Chayres y la estrella infantil Evita Muñoz “Chachita”. Reconocidas orquestas como Casino de la Playa cantando Miguelito Valdez, Luís Alcaraz, entre otras. Una de aquellas tandas vespertinas se presentó en el cine Continental, Luís Alfonso Larrain y su orquesta de bailes. Esta orquesta gozo de gran popularidad por sus arreglos de un sonido muy similar a las afamadas: Glen Miller y Benny Godman. Esta orquesta fue la primera en tener entre sus cantantes a una mujer, la cubana Hilda Salazar. La tarde que comentamos, nos dice Rafael Medina, fue algo muy especial. Se dio inicio con la película “Virgen de media noche”. Luego se presentó dicha orquesta y cuando menos esperábamos el conocido trompetista “Bisoña” se lanzó con un memorable solo de trompeta que puso de pie al público asistente. Al final de aquella función se presentó un joven llegado de Puerto Rico cantando el bolero de Orlando de la Rosa, “No vale la pena”, su nombre: Bobby Capó.
Nos cuenta Rafael, que aun se comentaba por esos años la presentación en el Teatro Principal de Caracas al recordado Carlos Gardel días antes de su trágica desaparición, hecho este que marcó para siempre la admiración y el gusto de todo un continente por el tango argentino, tanto que en diferentes centro públicos y privados están presentes peñas tangueras y monumentos dedicados al Morocho del Abasto. El 24 de junio unida a los bailes dedicados a San Juan es fecha en la cual se recuerda el fatal accidente de Medellín. De béisbol haremos historia en otra oportunidad.
En sus amenas charlas Rafael Medina nos lleva de estar muy cerca del mar, hasta la cumbre de la ciudad capital. De la cresta de la ola a la cima de la montaña.
Ángel Machado