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Para Alfonso Carvajal Botero, la afición por los caballos de paso terminó obligadamente con el ingreso del dinero de los narcotraficantes a este negocio, cuando comenzaban los convulsionados 80´s. Los precios de los más finos equinos alcanzaron cifras exorbitantes, alejando a buena parte de los antiguos criadores. Como alguna vez se lamentó: “Los mafiosos se tiraron este deporte”, (y corrompieron muchas cosas más del sencillo estilo de vida y moral de los colombianos).

Pero una desgracia mayor cayó sobre el país. A partir de los 60´s, inspirados en el triunfo de la revolución cubana, justificándose en las desigualdades sociales y aprovechando la compleja geografía, surgieron en Colombia los movimientos guerrilleros. Conformados mayoritariamente por campesinos, quienes adoctrinados por sus comandantes, varios con formación universitaria, adoptaron ideologías foráneas provenientes de Cuba, de la Unión Soviética y de la China maoísta; que para financiarse optaron por la extorsión y el secuestro, principalmente a ganaderos y empresarios del sector rural, en las zonas donde en un comienzo se movilizaban.

Pronto descubrieron la mina de oro en que estaban sentados con sus fusiles, extendiendo su “negocio” a todo el país. El secuestro se convirtió en una industria maldita, la que también les significó su perdición, pues perdieron todo el apoyo popular para su causa, y todavía más cuando desarrollaron su segunda línea de negocios: el narcotráfico. Se condenaron a sí mismos, odiados y temidos por su propio pueblo, al que pretendían defender.

Una de las primeras víctimas de este monstruoso crimen fue don Eugenio Mesa Carvajal, hijo de Graciela Carvajal, la primera hija de don Abel Carvajal Múnera. Él, un próspero ganadero y comerciante afincado en Puerto Berrío (Antioquia), fue violentamente secuestrado por el autodenominado ELN. Eligió como negociador a su tío Alfonso Carvajal, el que después de arduas y hábiles negociaciones logró acordar “un moderado precio” por su liberación. Dinero en efectivo, que debió llevar en cajas de cartón a bordo de una chalupa por el río Magdalena acompañado de su esposa, mi valiente madre, como garantía (exigida por los muy cobardes) de que no les tendería una trampa en conjunto con el ejército.

Gracias a la Divina Providencia todo salió bien. El flagelado sobrino fue liberado, pero jamás pudo recuperase del trauma psicológico.

Quince años después, de nuevo le tocó asumir tan peligrosa misión. Esta vez su mejor y más viejo amigo, un comerciante ferretero de Barrancabermeja, fue víctima de las FARC. Debiendo también  transportar personalmente una cuantiosa suma en efectivo para lograr su liberación.

Pero él tampoco se salvaría de ser víctima.

Antes de concluir esta tenebrosa década de los 80´s, un día en horas de la madrugada mientras conducía en aquel entonces su campero Toyota 4x4, por la carretera que conduce de Barranca al corregimiento de Yarima (Santander), viajando solo, con destino a una hacienda donde pensaba comprar un ganado, intempestivamente debió frenar por un tronco de árbol caído atravesado en el camino, tras el que descubrió a varios hombres vestidos de camuflaje, calzando botas de caucho y armados con fusiles. Apareciendo más tropa a ambos lados de la carretera.

De inmediato supo quiénes eran y de qué se trataba el asunto. No había manera de retroceder el carro o escapar corriendo. Aunque algunas veces cargaba su viejo revólver Smith & Wesson calibre 32, no era tan estúpido como para enfrentarse a tiros contra una veintena de guerrilleros armados con poderosos fusiles soviéticos AK-47 y similares. Así que decidió recurrir a su mejor arma: su lengua.

Lo obligaron a apearse del automotor. El pacífica y cordialmente accedió.

El comandante guerrillero le preguntó si él era Alfonso Carvajal, a lo que respondió que ciertamente así se llamaba, pero no creía que él fuese el mismo al que ellos buscaban…

Levantando las cejas el dudoso comandante le pidió que se explicara.

Le replicó que él si se llamaba Alfonso Carvajal, que era un empleado del Fondo Ganadero de Santander, que venía de Bucaramanga y que se encontraba de visita en la región para revisar unos ganados de la entidad, que él no era el viejo rico de Barranca, que igualmente se llamaba Alfonso Carvajal y al que también conocía, que seguramente era al que buscaban…

Para fundamentar su historia les mostró un supuesto carnet que tenía su foto, su nombre y que lo acreditaba como empleado. Cuando realmente se trataba de una escarapela que había usado como invitado a la última asamblea de ganaderos del Fondo.  Jugándosela a confundir a su interlocutor. Agregó, poniendo cara de cansancio, para acabar de convencerlo: -¿No creerá usted que un rico ganadero como ese señor Carvajal andaría solitario por aquí a estas horas? Esta hijuep… madrugadera solo nos toca a nosotros los de la sufrida clase trabajadora.

Ante la evidencia de la duda y el desconcierto en los rostros de los bandidos, él para ganarse su simpatía les propuso con una “inocente” sonrisa: -Muchachos, qué tal si mejor desayunamos, porque yo tengo hambre y ustedes me imagino que también, ¿cierto?

Abrió la puerta del campero y les mostró las cinco libras de solomo y el paquete de arepas que llevaba para obsequiar en la finca a la que se dirigía, que le serviría de doble propósito: de desayuno y como táctica para ablandar al vendedor, pues siempre se aparecía con esta clase de obsequios a los finqueros.

 

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