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Los electrodomésticos

Debo decirle a las nuevas generaciones que la energía eléctrica la producía una planta ubicada en la parte de arriba del pueblo, al frente de la Beneficencia y el eléctrico era Marcos Cubillos a quien llamaban Marco “Lucero”, de lunes a sábado teníamos luz desde las seis de la tarde hasta las nueve y los domingos desde temprano hasta las nueve de la noche. Para ser sincero nadie echaba de menos la bendita electricidad por varias razones, la televisión no había llegado a Colombia y cuando llegó al centro del país demoró años en bajar al pueblo; no recuerdo si para el año 1960 ya teníamos la señal en Chipaque.

Tampoco existían equipos de sonido, lavadoras, (había las llamadas “lavadoras de trenzas” que eran señoras dedicadas a la humilde labor de lavar ropa ajena para ganar unos pocos pesos para la manutención de sus hijos), secadoras, nada y nada es cero. Las planchas de ropa eran unos aparatos  cuya fuente de calor era el carbón que se les colocaba adentro, y que muchas veces se dejaban en la puerta de la casa, recibiendo el viento que soplaba a lo largo de la cuadra y el que al entrar por la ventanilla abierta en la parte trasera del artefacto, mantenía prendido el carbón y disponible así el artefacto para el planchado…..por cierto que en esos tiempos se planchaba toda la ropa ordenándose por pilas pacientemente y encontrándose siempre las indumentarias listas y planchaditas para todos en la casa; de pronto apareció como un invento genial la plancha de gasolina que tenía un tanque esférico donde iba el combustible y constaba de una bomba para insuflar aire en el tanque para que saliera a presión y calentara la placa metálica. La plancha eléctrica llegó en los años sesentas y se consideraba el colmo del refinamiento; no muchas familias la tenían y el asunto no era de costo sino por el racionamiento de la energía. Algunas familias poseían un gramófono para poner discos de 78 rpm (revoluciones por minuto) que tenían una canción por cada lado. En la parroquia el curita tenía a su disposición un tocadiscos y varios parlantes instalados en la torre del templo para difundir mensajes religiosos, noticias parroquiales y música clásica e instrumental.

A principios de los años cincuenta eran muy pocas las casas con aparato de radio, unas cajas enormes de madera llenas de botones que más parecían baúles o pequeños armarios; mis tías abuelas poseían uno de estos artefactos y los domingos la tía Emilia abría una ventana que daba a la calle y prendía el bendito aparato sintonizado en la única emisora que entraba al pueblo: La radiodifusora Nacional de Colombia. Si alguno de los pacientes escuchas o un chino cansón comenzaba el mínimo desorden, la tía cerraba la ventana y apagaba el aparato.

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