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En un rato llegarán a buscarla y todavía está en camisón, las tardes de domingo son para estar relajada y tranquila y no le apetece nada ver a nadie, ni salir y menos cuando sabe que le han preparado una cita a ciegas, se olvidó de ser ella y mandarlos a todos a la…. pero es que eran sus amigos y lo hacían con la mejor intención “a veces las mejores intenciones dan los peores resultados” se dijo a sí misma.

Con resignación se ha ido a su dormitorio, abre las puertas del ropero para rebuscar entre su desorden que ponerse, “con unos vaqueros y una camiseta voy que chuto”, va al baño a peinarse un poco y lista.

El telefonillo anuncia la llegada de las visitas, lo atiende y hace saber que un minuto baja, busca las llaves y las guarda en el bolsillo del pantalón, coge el bolso del perchero y venga, a pasar la tarde de domingo con sus amigos y el desconocido.

Bajando el último escalón que la lleva al rellano del edificio ve en la puerta principal del mismo una silueta de espaldas echando humo de la última calada a un cigarrillo ya consumido hasta el filtro, cree estar viendo visiones o su anhelo de verlas, pero cuando da la vuelta confirma que no se ha equivocado y que es él.

No lo puede creer y él tampoco por la cara de sorpresa y de idiota que se le queda al verla, en ese instante desaparecieron los demás, la puerta del portal, la acera gris, el transito y ruido insoportable de la circulación de su calle, una de las principales de su ciudad, no había nubes, no había cielo, no había fondo en sus perspectivas de visión, dejaron de existir los olores, los colores y hasta la brisa que acompañaba a la tarde, tan sólo existían ellos dos, sus ojos mirándose, buscándose.

-      Oye, Tatiana ¿Tatiana? Espabila, que te estoy hablando. - Su amiga la volvió a la realidad - Ven que te voy a presentar a Edu, es el chico del que te hablé, trabaja conmigo y está recién llegado de Bruselas.

Ella sigue los pasos de su amiga, hasta que lo tiene cerca, se hacen las presentaciones de rigor y sus labios besan por primera la piel del otro, absorbe el aroma marino que él desprende y le parece en ese momento que ha vivido toda la vida oliendo ese perfume.

 

Sentados uno frente al otro, el humo que desprende el té negro con canela hace que se vean entre cortinas transparentes y el olor evocador de la canela los traslada de donde viene cada uno, o mejor dicho, de donde se conocen, saben que se conocen, pero no de esta realidad palpable, llevan soñándose no saben el tiempo que hace, pero el verse físicamente ha sido para ambos algo impactante, él puede ver su pelo ondulado, sus ojos verdes, su tez blanquecina, sus manos pequeñas y delgadas, las mismas manos que le rozan la piel en sus noches de fantasía donde lo onírico se mezcla con la realidad y produce sueños tan reales que al despertar lleva un rato saber si se soñó o se vivió en realidad. Ella lo mira ensimismada, aún no cree que sea real, que lo tenga a menos de un metro de distancia, que sus labios carnosos estén bebiéndose el té humeante, que sus ojos negros y profundos no dejan de mirarla, sus rasgos son viriles, de una virilidad que la hace temblar, un mechón de pelo negro como sus ojos le roza la frente y ese detalle despierta en ella las mismas ganas que en sus sueños de formar parte de él, de sentirse dentro de él, caliente y húmedo, sus quimeras nocturnas no tienen fin y eso desearía ella, nunca despertar, pasar toda la vida soñando con él, pero ahora que lo tiene de frente no sabe ni que decirle y de hecho nada se han dicho, sólo se observan, se pierden en los pequeños detalles que conforman al otro, la forma de mirar, de sonreír…

Poco a poco sus acompañantes se están yendo, son conscientes de esas miradas entre ambos e intuyen que deben propiciar la soledad para ellos únicamente, al final se quedan solos, ya no toman té y salen de la tetería sin haberse trasladado una sola palabra. La calle está animada, frente a ellos hay una pequeña plaza con unos bancos de madera a los que ya les hace falta una mano de pintura, ella le toma de la mano y lo dirige a uno de esos bancos, él se deja guiar, detrás de ellos queda una fuente que será banda sonora de ese momento único que jamás se repetirá, él la mira, no ha hecho otra cosa desde que la vio, le toma la mano para acercarla, para sentirla, para olerla, le acaricia el pelo, notando su suavidad, del pelo pasa a su mejilla, ésta enrojece por la caricia que recibe y los labios de ella, que ya no pueden más con la sensación que recorre al resto del cuerpo, se acercan a los de él para fundirse en un beso suave, tierno, sensual, interminable e inolvidable para ambos. Al abrir los ojos para encontrarse con su mirada no puede comprender que él ya no esté….., “¿seguiré soñando?”

 

La habitación de un blanco impoluto, no es suficiente para calmar los ánimos de unos padres que llevan meses esperando a que se despierte, los médicos le han dicho que debido al atropello su estado es crítico, aunque todavía existe actividad cerebral, de momento tiene que permanecer conectada a una máquina para que realice las funciones respiratorias y circulatorias para no fallecer, un diagnóstico  nada alentador. Y ellos no paran de preguntarse cómo un coche puede subirse a una acera y atropellar a alguien, la madre se siente culpable de lo que había pasado, debió ir esa tarde a su casa, así nunca hubiera bajado las escaleras y se hubiera topado de frente con aquel coche al salir por la puerta del edificio.

Desde la habitación de al lado se oyen sollozos profundos de otros padres que acaban de perder a su hijo, también por un accidente, aunque él fuera el culpable del mismo y se llevara por delante a esa pobre chica que esperaba en la puerta de su edificio, estaba sumido en un coma y sus órganos vitales al igual que los de Tatiana no podían funcionar por sí mismos, y a pesar de las máquinas, no se pudo hacer nada ante la muerte cerebral o como los médicos lo llamaban coma sobrepasado.

 

Tatiana  sigue en el banco, la pintura está levantada y se entretiene quitándola con las uñas, sigue pensando que está dormida, no tiene sentido que él se haya marchado y ella no se haya dado cuenta, “¿Cómo iba a estar soñando si ha vivido el beso más dulce de su vida hace unos minutos?

Aleja la vista del banco y se encuentra que en la acera de enfrente está él, haciéndole un gesto con la mano para que se acerque, sus ojos recuperan el brillo de hace unos minutos y corre para encontrarse con él, por primera vez se dirige a ella con su voz, una voz tan varonil como su rostro “¿Nos vamos?”, ella no lo duda un instante “Vámonos”.

 

María del Mar San José Maestre
Rota, 1 de Julio de 2008

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