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Los escritores solemos acumular papeles, cuadernos, apuntes, y toda suerte de artículos, en un perfecto desorden que nosotros solos entendemos. Cada tanto, cansados de ver tantas cosas amontonadas, sentimos añoranza por la prolijidad, y se nos da por sacudir el polvo y hacer limpieza, tal como sucedió aquel día.

Repasando cada una de las carpetas, revivía mentalmente por qué había guardado cada cosa, y como sucede a menudo, había tirado menos de lo supuesto, guardando nuevamente casi todo, la cuál demostraba lo inútil de tal esfuerzo.

Pese a haber descubierto este hecho tan conocido, continuaba en la tarea, cuando encontré aquel viejo sobre de papel madera, con dos cartas dentro, y mi memoria comenzó a trabajar tratando de recordar cuándo había llegado a mi poder.

Poco a poco fui rememorando y vino a mi mente la imagen de un hombre que, ya ni recuerdo cuanto tiempo había pasado, se acercó, con el viejo abrigo sobre los hombros, y me pidió que en alguno de mis cuentos incorporara el contenido de los sobres, cosa que nunca había hecho.

Me sentí en deuda con aquél personaje, y como pagándola, tomé los dos sobres, y dejando todo de lado, luego de leerlos comencé a escribir.

Carta a un hijo.

Parece mentira, hijo, que después de tanto, o tan poco tiempo de estar juntos, tenga la necesidad de confesarte algo.

Por vos, aprendí a desvelarme esperando tu llegada, y cuando lo hiciste, mecía la cuna para que durmieras en paz.

Sufrí con vos las caídas al dar tus primeros pasos, y con vos volví al colegio cuando fuiste, y después, pasé noches enteras esperando tu regreso a casa, cuando tu juventud te llevó a copiar mis viejas salidas olvidadas.

Cuando sufrías, yo sufría contigo, tus alegrías eran las mías, aunque nada te dijera, y cuándo te enamoraste, yo reverdecí junto a vos, y hoy, una nueva enseñanza me das, con la llegada del primer nieto.

Por todo lo aprendido, hijo, gracias.

Carta a un padre.

Prototipo de inmigrante peninsular repatriado, pese a los años transcurridos, no habías perdido el acento de tu tierra.

Admiraba para mis adentro la sabiduría de tu falta de cultura, amasada a fuerza de vivir, y sin decirte nada trataba de ser como vos.

Duro para el trabajo, eras como un roble que soportaba de pié los embates de la vida.

Pero el paso del tiempo, como la gota que orada la piedra, te fue dañando, y, como el roble que parecías ser, y solo cae a golpes de hacha, vos también caíste, y cuando te tocó jugar tu mala mano con la vida y te tocó perder, te marchaste apretando mis manos, sin una palabra.

Quiero que sepas, donde quiera que estés, que soy tal cual eras, como vos, un roble al que están hachando, y cuando me toque jugar y perder mi última mano, iré a encontrarte, pero mientras tanto quiero decirte, que te extraño mi viejo...

 

Como podía yo escribir un cuento con el contenido de esos dos sobres, si tenía envidia del autor de esas cartas, y con ellas ese cuento ya lo había escrito la vida.

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