La feria de La Teja estaba aquel domingo, repleta de colores, de ruidos y de almas. Mi viejo caminaba de la mano conmigo, mirando, respirando, disfrutando con calma. Bajamos unas cuadras y vimos muchas cosas, compramos unas frutas y dulce de membrillo. También le preguntamos el precio al vendedor, de unos melones grandes, redondos y amarillos.
El tiempo nos sobraba y seguimos caminando, un paso de mi viejo eran como tres mios. Ya el sol picaba fuerte cuando le dije vamos, yo quería volver, a jugar con mis primos. Llegamos a una zona en donde solo vendían, infinidad de fierros y de herramientas viejas. Tambien habían clavos, cuchillos y repuestos, latas, bandejas, tuercas y varias bicicletas.
De pronto detuvimos la marcha y vi a mi padre, mirando con sorpresa a un pobre pordiosero. Sentado en la vereda temblaba y su mirada, perdida semejaba recuerdos sin consuelo. Porque lo estas mirando? Acaso lo conoces? O solo es que te angustia verlo enfermo en el suelo? Seguro está borracho y no sabe lo que hace, vayámonos a casa ese no tiene remedio. Mas mi padre me dijo meneando la cabeza: “Mira m’hijo que injusta y que cruel que es esta vida, a ese yo lo supe viviendo en grandes glorias, y ahora aquí se encuentra, tirado y sin comida.”
Con gran curiosidad yo lo observé mejor, su piel era morena y su complexión muy fuerte. Con guantes recortados los puños apretaba, a veces escupía dejando ver sus dientes. Yo pregunte enseguida pues no entendía bien, quién es ese señor que terminó en el suelo? Me respondió con pena “fue todo un boxeador, estoy seguro de que es Eulogio Caballero”. “Tenía gran pegada y un buen juego de piernas, en el ring impactaba con su esbelta apariencia.” “Peleó por campeonato, lo elogiaba la prensa, en épocas de oro junto a otras grandes estrellas”. “Y mira que injusticia a donde vino a parar, ya viejo y olvidado no le quedan ni fuerzas”. “Si viéndolo tan solo dan ganas de llorar, seguro que su mente solo carga tristezas”.
Mi viejo le dejó una moneda en la mano, el hombre la apretó y tocose el corazón. “Vamos m’hijo” me dijo y mirándolo de nuevo, lo palmeó despacito y le dijo “chau campeón”.
En el camino a casa no hablamos más de aquello, me di cuenta lo mal que se quedó mi viejo. Mas me quedó grabado el nombre de aquel pobre, que antes tuvo tanto y ahora solo recuerdos.
FIN
Jorge Luís Caraballo
Julio, 2001