Tú que entras precisa y apresurada, con libertad total, escondiéndote lentamente tras un silencio sepulcral
Y ahí estaba yo, hecho botones y gabardina verde, gafas perdidas y un pie adelante, a punto de entrar y recibir un collar, dije neón, brazos de cuero y bucles apareables reemplazando el nudo de dos manos abrazándose, caminar formidable, miradas fugaces llenas de existencia celeste, bum tras bum tras bum, caminar frenético, entrada en el vibrar del universo, movimientos ondulantes, precisos, luces astronómicas, coloridas, figuras fractales con movimiento constante, bailar de entes al ritmo de ciertos colores, artefactos independientes que los pintores del aire miran desconcertados antes de pasarlo a cualquiera que esté en frente, piernas corriendo, saltando, ojos gritando en medio de un movimiento insobornable y pegajoso, esperar ansiosamente para encontrar a alguien con alguno de esos objetos, ese dejar llevarse de la vida y claro, el tomarlo en mis manos, instrumento lleno de posibilidades, tres gritos llamativos cada cuatro golpes de ultratumba y la decisión de dar en el punto y seguir jugando mientras pasa ese momento submarino, escuchar mi creación y su repetición y su repetición y su repetición y su repetición y su repetición y su retepición y su retapición y su retamición y su retamoción, y su retamocín y su retámosis y su metámosis y su orf y su metamorfosis, caminar hasta la creación de la luz celeste, mirar el techo y sentir el cambio del color de esos ojos e introducción de un nuevo sonido, el tono que asciende mientras las luces comienzan a aumentar su velocidad de rotación, tomar la media esfera abaleada y acelerar la situación para saltar hasta la cima en un momento clave, gritos y saltos desenfrenados, ser por un instante el dueño del instante que por botones, gabardina y el retoñar de un sueño, nunca existió.