Extenuada le sobrevino el sueño y se acogió a él como un naufrago se amarra a su tabla de salvación, al fin y al cabo, era lo único bueno que poseía y además era suyo; y acaso pensáis que se le apareció su madre?, no, demasiado fácil y sencillo y demasiada suerte para alguien que nunca la había poseído; ya sabéis que su madre estaba muerta y pocos son los muertos que se levantan de sus tumbas para hacer una visita a domicilio. No, por que ¿de qué hubiera servido que su madre se hubiese vuelto nítida y la hubiera contemplado?,¿con qué propósito?; la hija le hubiera echado en cara su muerte y su abandono, la madre se hubiera justificado con no ser ella quien posee la voluntad a cerca de la vida y de la muerte, la hija la odiaría, de hecho odiaba su nacimiento, se odiaba antes de nacer, odiaba esa semilla, fruto o concepción, llámese como quiera.
Así que simplemente se durmió, y si soñó a mí desde luego jamas me contaron nada sobre ese momento, o tal vez y como suele ocurrir con las narraciones a través del tiempo, de generación en generación, aquel retazo de imaginación se hubiera quedado varado en el espacio.
Veamos, invocó a la muerte pero nada, de hecho, aquella noche había invocando a los hijos de la noche, a los elfos del bosque, a las ninfas de las aguas, a las hadas de las estrellas, a la luna, al guardián del silencio, a la hechicera de la oscuridad..., había conjurado a todos los entes animados o inanimados que ella conocía; se había molestado en robar un poco de su jornal para adquirir unas velas, en la tienda de la esquina, que estaban a muy buen precio, con el objetivo de encenderlas y colocarlas en el quicio de la ventana, pero es que incluso había osado entrar en la Iglesia del
Buen Pastor y Nuestra Señora del Perpetuo, para sustraer en una oxidada taza de latón un poco de agua bendita de la pila bautismal, según ella para ahuyentar las malas vibraciones de su tosco dormitorio. Y ni por esa apareció ningún ente extraño que le ofreciera la solución a su desastrosa vida.