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Mi mano temblorosa no encuentra apoyo, mis ojos no ven una salida. La oscuridad se cierne furiosa buscando mi castigo, y este rayo demoledor vuelve a desfilar buscándome sin tregua.

Después de un mutismo  en el que  solamente se percibía el latido  del corazón de Nicanor  con un ritmo acelerado, el trueno retumbo matando el silencio. El relámpago  se fue acercando sin pausa, como si Nicanor fuese el blanco escogido por el destino y el rayo el diestro cazador cavernícola, presente desde el inicio de los tiempos  cuando el mundo comenzaba su ciclo vital.

Era necesario que Nicanor encontrase rápidamente un cobijo, un sitio donde guarecerse durante esta interminable tronada de fuego. Pero este cerro sin vegetación revestido únicamente de soledad y aislamiento coexistía exclusivamente con  un suelo arruinado y yermo. Era sólo una estéril  tierra caliente y sedienta, sin probabilidad de una utópica   salvación eterna.

Después de un infructuoso interrogatorio, en el que Nicanor proclamaba su inocencia llorando de desesperación por su perdida de fe, y en la injusticia cometida con alevosía, aprovechó una negligencia de un vigilante ebrio, y corrió raudo en busca de su libertad.

Malherido físicamente por la paliza recibida, Nicanor escogió el sendero que lo transportó  al destino que lo aguardaba fatídicamente. Sus piernas corrían veloces, intentando encontrar la salvación y el perdón. Pero la absolución no llegaba, y el castigo le estaba matando poco a poco.

Posteriormente a su escapada .El oficial con su jauría de perros impacientes por encontrar a su presa, se dispuso a perseguir con ahínco a Nicanor

La palabra todo poderosa de Don Florentino, acusándolo era motivo suficiente para prenderle, y este obediente al mandato emprendió raudo la persecución humana.               << Muerto el perro se acabó la rabia >>, pensaba el oficial con enojo. Y alzando la voz para que lo escucharan, como una advertencia para todos:

- En este pueblo no existen los asesinos, y ahora no será una excepción.

Por la mañana encontraron el cuerpo de NICANOR, con su piel ennegrecida, reventada por efecto de un malévolo rayo. Los alguaciles buscaron entre los restos quemados del cadáver y  no encontraron ningún rastro de un reloj.

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