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Un sacerdote que navega por las alturas y a la deriva necesita sumar a su pensamiento místico, otro de índole racional y objetivo. El padre Rodario se debate entre ambos. Párroco de San Clemente, Rodario Piedrabuena es un sacerdote de pocas pulgas y de conducta recta que brega por el esfuerzo y sacrificio personales, contrario a la costumbre de los creyentes quienes esperan de Dios que realice todo el trabajo.

Le fastidian esos que imploran y se encomiendan con ligereza, pero dejan en manos del supremo todo lo que no desean hacer ellos, con sus propias manos. Pese a que le asiste el derecho como religioso,  no acostumbra a rogar para beneficio personal. Ahora podría hacerlo, pero se abstiene, mientras vuela a su entera responsabilidad, suspendido de un millar de globos pequeños, inflados con gas helio, resuelto a permanecer quince horas ininterrumpidas en el aire y establecer así un récord para el libro Guiness.

Sin plegarias ni padrenuestros. Cuenta, eso sí, con obtener buena repercusión en los medios de comunicación, esa deidad de los tiempos modernos al que muchos se someten. Un cura volador, sostenido de innumerables globos no aparece todos los días, de allí su aspiración a convertirse en  noticia resonante.. Pero su objetivo no es el de la fama, sino el de una trascendencia que le depare un santo provecho traducido en aportes económicas para la construcción de un hogar de ancianos. Lo quiere limpio y espacioso, con los viejitos adentro sintiéndose vivos y no en estado de conservas enmohecidas, despreciados por los familiares y la sociedad. El historial de intrépidos no registra a nadie en el mundo que se haya aventurado por las alturas en un medio aerostático de fabricación casera, a base de esféricos, del tipo  de los de fiesta. Muy distinto a los tradicionales y enormes globos, ya clásicos, vaciados de oxígeno, cuyos tripulantes han realizado fabulosas travesías. Mediante un modelo, único como el suyo, modesto por no decir algo estrafalario, bautizado Globostato, no hubo quien lo haya intentando.

Su invención consiste en una estructura de diez parrillas, armadas con varas de aluminio que sirve de base a un enjambre de globos, agrupados como las uvas de un racimo gigante.

Diez cordeles, al alcance de sus manos, accionan las parrillas de las cuales pueden soltarse muchos esféricos a la vez. Tantos como lo requiera el control de la altura, la dirección y la velocidad. El descenso final, cuando deba realizarlo, dependerá también de este simple mecanismo y del pulso de Rodario para contrarrestar la fuerza de la gravedad.

Al menos su cabeza lo planea así.Del planeta solo espera que no se burle de sus esfuerzos. El cielo se ofrece límpido. Sopla un viento de leve intensidad del sector noroeste que de a poco se convierte en el verdadero timonel del Globostato, lo que no resulta bueno para Rodario que desea trasladarse con rumbo contrario.

Su idea es la de conducirse hacia el norte y en cambio, según la brújula, lleva una orientación noreste. No obstante aguardará para corregirla. Espera alcanzar mayor altura después que despegó desde los fondos de la parroquia, donde la feligresía lo despidió rezando por su buenaventura.

Antes de iniciar el vuelo el padre Rodario ofició la misa dominical como de costumbre y al finalizar  saludó a los fieles en el atrio para dirigirse de inmediato al patio trasero, en donde sus amigos habían preparado la plataforma de lanzamiento.

Dentro de un círculo marcado en la tierra se erguía, orondo, el hongo multicolor de un millar de globos inflados con gas helio y anclado a una estaca clavada en el suelo. La prensa no faltó a la cita.-“Sin sentido práctico y espíritu aventurero no son posibles las hazañas”- respondió el padre Rodario a una pregunta sobre su experiencia como aeronavegante y acerca del rústico y elemental aparato. Algunas personas lo previnieron sobre que los ateos estarían deseosos de un desenlace trágico. Ese fracaso, si fuese el caso, les daría pie a los agnósticos quienes según afirmaban los insidiosos, se mofarían de la providencia diciendo con malicia que lo  abandonó, justamente a él,  un fiel servidor de Dios. Estas suspicacias carecían de importancia para el padre Rodario. Tampoco le importaron los comentarios irónicos que aludían a frecuentes accidentes sufridos por colectivos repletos de promesantes y recordaban el último, en un viaje al santuario de la virgen de Caá Cupé.

Verificó que todos los globos estuviesen bien henchidos, desoyó a quienes dudaban si un millar  no sería demasiado, bendijo a todos y se acomodo en la silla. Bien tomada de las correas es ahora, en pleno vuelo, su asiento de piloto y comandante. De este modo, con la espalda vertical, poco y nada se parece a un Ala Delta.

Todos gritaron sus vivas al llegar a cero la cuenta regresiva y cortarse las amarras que retenían al globostato en el suelo. Y alzó vuelo. Nadie de los que agitaban sus manos con sincero afecto se consideró  cómplice de una locura.

El padre Rodario se mostró feliz  y continúa en estado de beatitud andando por lo cielos. Lleva consigo paracaídas, un equipo portátil de oxígeno, binoculares, brújula, celular, un GPS,  altímetro de mano, linterna, alfajores, dos bebidas gaseosas y un MP3 con música coral de los monjes trapenses. Tiene la impresión de una profecía cumplida muchos años después de haber soñado, cuando niño, que partía lejos, colgado de un aerostático luminoso, de aquellos que lanzaba junto a su padre en las noches de navidad. Tras ganar altura Rodario no se conformó con realizar una órbita alrededor del pueblo y cumplir, en ese espacio, las quince horas que se propone permanecer en vuelo.

Ahora, con crecientes dudas, se pregunta por si esa opción, la de sobrevolar el poblado, no hubiese sido la más sensata. El entusiasmo, a poco de soltar amarras, lo tentó a dejarse llevar en línea recta y a imponerse como meta la parroquia de su colega y amigo, el padre Joao, en Taparagua, en el Estado Brasileño de Santa Catarina, distante quinientos kilómetros..Una meta disparatada que sólo pudo ocurrírsele Rodario sintiéndose en trance de levitación cósmica.

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