Al hablar de cuentos y novelas escritos por mi esposa, estoy refiriéndome a una realidad, he hecho una mínima recopilación de ellos entre los que mezcla con total facilidad temas históricos, magia, resurrección, mundos perdidos, planetas desconocidos y su tiempos son también un enigma...configura el presente, el pasado y el futuro con una facilidad asombrosa. Es preferible escudriñarlos por separado para tener opción a una opinión valedera.
Adolfo Borquez C.
De esto ha pasado ya muchísimo tiempo, no obstante, las lenguas de los lugareños, no lo dejan olvidar. Es el paso obligado para un modesto caserío entre montañas, sus cambios a través del tiempo son casi imperceptibles, no obstante los más notorios, curiosamente se originaron en la misma familia. La última casa y de por si alejada de las otras pertenecía al guardián del cementerio de la zona, deberíamos decir guardián y autoridad, puesto que la máxima función de autoridad era conocer a la persona que estaba cambiando de morada y asegurarse de que se le pusiera una cruz, sino con el nombre completo, al menos su sobrenombre o simplemente sus iniciales.
“Hombre trabajador, buen hijo y buen amigo”, así opinaban de él sus padres y sus amigos.
Todo transcurría normal hasta que un buen día Moncho tuvo que ponerle la cruz a su padre y a los pocos meses la de su madre. Los primeros días contó con las reiteradas visitas de vecinos y compañeros, pero poco a poco éstas se fueron distanciando y Moncho comenzó a darse cuenta de que su casa le estaba quedando grande. Para él, éso era sinónimo de buscar pareja, no obstante sus amigos queridos que de una u otra forma velaban por él, decidieron aportar todo lo que fuese posible para no ahondar la soledad de una persona tan querida. Así fue como uno a uno fueron llegando los fantasmas del lugar a aquella casa y ésta se llenó de presencias que se hacían sentir.
Aún no sabiendo mucho del Mundo del Más Allá, parece ser que tienen costumbres parecidas a los nuestras cuando pecamos de poco educados y nos presentamos a una casa con un amigo al que no habían invitado, única razón valedera para entender a Moncho cuando se quejaba de que ya no cabían en su casa porque convivía con sus amigos, más los amigos de ellos y alguno que otro de sus familiares que estaba familiarizado con el alboroto.
Como estaba decidido a vencer la soledad con métodos más convencionales, continuaba albergando la idea de encontrar una linda joven para convivir. Aunque su meta era clara y precisa, el escollo de los fantasmas era algo digno de considerarse. La mejor solución que encontró fue ampliar la casa y habitar la parte nueva con su compañera a quien seguramente no tardaría en encontrar.
El bahareque de la casa y las negociaciones para el asunto señora iban al unísono, dos cerditos menos en su corral y una linda morenita traspasó el umbral de su morada. La casa completa era un verdadero monumento a la multiplicación, aumentaban los fantasmas, los cerdos, la familia y los gritos de Margarita cada vez que una educada sombra le prendía el fuego o la ayudaba a tender los pañales de la Charito que había llegado justo a los 9 meses de la entrada triunfal de Margarita en el preciso momento en que los dos lechoncitos despedían un apetitoso aroma y se destapaban cajas y cajas de cervezas. Charito era la única que se reía todo el día porque descansaba en su cuna únicamente cuando su asustadiza madre la iba a ver, ya fuera preocupada por su silencio o su algarabía. La más de las veces la Charito volaba por los aires de brazo en brazo amorosamente cuidada por “tíos” un tanto extraños.
Al cumplir su primer año la Charito, no podía faltar la clásica canción de festejo, sólo que fue coreada intempestivamente por tantas voces, que Margarita no quiso quedarse ni siquiera para recoger a la niña y echó a correr montaña abajo como liebre asustada negándose a regresar hasta tanto Moncho no despidiera a sus amigos invisibles. No habiendo mas remedio a tamaño mal, Moncho comenzó nuevamente la operación construcción de vivienda, ésta vez contaba con que seria la definitiva, para lo cual le regalaba su casa a sus extraños amigos. Así pasaron los años, Charito ya era toda una jovencita y ayudaba a su padre y a su madre en su “empresa”; habían cambiado sus cerdos y cerditos por burritos y aprovechando que ahora vivían en la entrada del camino que se internaba en la montaña donde a lo lejos quedaba el caserío, alquilaban sus animales para trasladar leña, yuca, plátanos y cambures principalmente. Los animalitos iban y venían; siempre eran atendidos por los usuarios y sus dueños quienes verdaderamente los querían y cuidaban con ahínco. Hacia algunos años se había instalado en los faldeos un hombre que vivía de la caza y no gozaba del aprecio de nadie, mucho menos de Moncho y Margarita quienes veían con temor como asediaba a su hija.
Charito intentaba alejarse lo más posible de este sujeto y cuando no lo lograba se veía obligada a pasar malos momentos llegando incluso a bañarlo con cualquiera de las palanganas que hacían de bebederos de sus queridos asnos. El tiempo implacable continuaba su marcha llevándose primero a su padre y luego a su madre. La alegría contagiosa de Charito, se iba alejando poco a poco, la compañía de sus animales era su único consuelo, todos los esfuerzos que hacían los lugareños para atenderla resultaban infructuosos. Se apagaba poco a poco. Las insinuaciones de Damián cada vez mas asquerosas era quizás lo único que perturbaba la calma en que vivía.
Una mañana de un Domingo lluvioso se la vio corretearlo armada con un grueso palo al tiempo que le gritaba: