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El hombre caminó hacia ella, estaban los dos desnudos en medio de picos delgados y altos, formaciones que parecían de piedra, pero no lo eran. Lo primero que intento hacer fue abrazarla para cubrirla de aquellas luces que cegaban sus miradas, pero seguramente estaba tan atontada y estremecida que no deseo nada más que desaparecer. De sus ojos rojos, con algo de amarillo, tal vez por la claridad tan extraña y nueva, brotaron dos lagrimas, que fueron mojando todo su terciado rostro, hasta pender de su pera un segundo y estallar en el polvo del suelo. Él también se sintió herido y sólo atinó a alejarse cabizbajo y sentarse, apoyando la cara sobre sus rodillas; también comenzó a llorar. Es que desde la primera llegada de aquel ruidoso aparato no habían vuelto a dormir bien, siempre con esas pesadillas, esos presentimientos que comenzaban a hacerse táctiles. En ese entonces el ser que descendió de la nave pronunció unas pocas palabras que entendieron los demás tripulantes, pues echaron a reír. Ellos dos solo sonrieron ingenuamente, ante los nuevos habitantes, y casi sin darse cuenta, volvieron a quedarse solos.

Pasaron muchas lunas luego, pero nada fue igual, recordaban como gustaban bañarse en la laguna tibia, y secarse bajo la claridad de alguna estrella y el zumbido de los insectos. Como disfrutaban de la mutua soledad, porque entre los dos habían sido siempre el mismo ser, por eso él sabía muy bien que estaba herida, ella sabía lo triste que se hallaba el hombre.


Nunca hubieran imaginado (ni siquiera sus pesadillas eran capaces de predecirlo), que aquello a lo que temían podía ser algo tan simple, y sin embargo tan horroroso y complejo por dentro. Algo tan parecido a ellos que jamás lo hubiesen pensado. Pero así fue como, cinco minutos atrás, el enorme ave metálico, regresaba, lleno de aquellos seres esta vez. Todos eran muy ruidosos, y llevaban consigo elementos que arrojaban al suelo. En un segundo el ambiente era otro, el silencio era violado por gritos continuos y alterados, el perfume del polvo violáceo era desplazado por el de los comestibles que llevaban en sus manos.

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