Cuando el amor no es como debería ser
El amanecer tocó con sus primeros rayos de luz la ventana del cuarto de Luís, pero Luís estaba despierto desde hacia mucho, al igual que las ultimas tres, esa noche no había dormido más que un par de horas, la ansiedad lo hacia enrollarse en las sábanas, no lo dejaba dormir, la ansiedad de saber que la volvería a ver en la mañana, de saber que podría volver a probar sus besos, a sentir su aroma, ese aroma que, según decía ella, estaba impregnado en su almohada y en su cama; una sonrisa casi invisible se escapaba de la boca de Luís cuando recordaba todas esas acotaciones salidas de contexto, que eran características de ella.
Reavivar su imagen en su mente traía de vuelta la terrible ansiedad, sin embargo, el recuerdo de su rostro estaba estampado detrás de sus parpados y para su desgracia, el día que comenzaba a tocar las puertas de la ciudad, era sábado. Admiraba de ella su seguridad y su autoestima de magnitudes épicas, que le recordaban constantemente a Luís su primer hogar en este mundo: su madre; recordaba alguna vez haber leído cómo los sentimientos no son más que reacciones del cuerpo y el cerebro a ciertas hormonas y químicos que este segrega según el momento, y que el amor de nuestras vidas, es alguien que por algún motivo nos hace sentir como nuestros padres solían hacerlo, al final se preguntaba si era así.
Admiraba de ella también su capacidad de análisis, de leer entre líneas y sacar conclusiones de la gente sin que nadie advirtiera que lo estaba haciendo. Fue por eso que a Luís le pareció extraño que cuando él tomó toda la valentía que tenía guardada para un caso de emergencia y pudo confesar sus sentimientos, ella lo hubiese llevado hasta el punto de gritarlo sin trabas ni claves… ¡Me gustas! De eso hacia cuatro días ya, desde esa noche el insomnio había empezado a visitarlo cerca de las doce de la noche, convirtiéndolo en un noctámbulo que andaba de arriba abajo por lo casa, tropezando torpemente con las mesitas en los pasillos y con los escalones, que terminaba subiendo a gatas y bajando sentado; pero su mayor entretenimiento, era sentarse en su cama y abrir un poco la cortina, para contemplar la vida nocturna del barrio, se preguntaba si ella estaría pasando por lo mismo, más que preguntarse, se afirmaba que ambos estaban enamorados el uno de el otro, con miedo a no ser correspondidos.
Cuando pensaba en eso, sentía que su cuerpo se hacía ligero, que en su estomago había atrapada una mariposa desesperada y que en todo su ser reinaba una paz equiparable solo a la que se ofrecía en el libro más vendido de toda la historia humana. Pero eso no duró mucho, pues Luís no podía aguantar su ansiedad, y sus preguntas terminaron por hacerla hablar. No ser correspondido no era nuevo para Luís, sin embargo, seguía doliendo como la primera vez, no, esta vez dolía más, no era simplemente su rostro, o su cuerpo, esta vez era todo lo que ella comprendía, esta vez definitivamente le dolía más; para la segunda noche, la mariposa seguía ahí, pero su cuerpo era pesado y la paz se había ido; sentía ganas de llorar, sentía las lagrimas esperando una señal para salir disparadas de sus ojos, sentía su pecho comprimido, pero, por alguna razón el llanto nunca llegó a su habitación, eran solo él y el insomnio.
Ella no era cómo las demás, ella era especial, sincera y directa, estaba lejos de ser tímida, era autónoma y divertida, definitivamente no cómo las demás, era inteligente, segura de sí misma. Era curioso para Luís cuando recordaba que, al conocerla lo último que pensó fue que podría llegar a gustarle tanto, le había parecido bonita la primera vez que la había visto, pero no más de lo normal; fue hasta que empezó a conocerla y a compartir con ella que algo comenzó a crecer; también tenía algo que ver ese beso, esa primera vez que probó sus labios en las escaleras del colegio, que no obtuvo la importancia ni la atención requerida por parte de Luís y que desencadenó sentimientos que, como una enredadera, atraparon su corazón y no tenían planeado dejarlo ir. La persona con quien se desahogaba, con quien hablaba de sus problemas y sus ideas, había pasado de ser solo esa persona a ser ella, a ser la persona con quien se sentía bien, con quien inventaba historias de los tiempos de la universidad y en especial, había pasado a ser la única persona a la que quería besar, pero, el “trato” que en palabras de ella era lo máximo que podía ofrecerle, no lo satisfacía, no entendía porque, pero se sentía vacío e incluso un poco doloroso besarla a sabiendas de que ella no era solo para él, sin embargo, ese “trato” era mejor que nada, así que prefirió aceptarlo.
En la tercera noche, Luís sintió que ella se estaba convirtiendo en su todo, que todo lo demás estaba ahora en un casi insignificante segundo plano, que lo único importante en su vida era ella y que a pesar de todo eso, el no era más que un par de letras más en su lista de los “besados” que guardaba en un viejo cuaderno y debajo de su colchón. Una gran presión apretó su pecho y un amargo y doloroso nudo se hizo en su garganta, un leve gemido se escuchó en la oscura habitación, pero eso fue lo más cercano que hubo a un llanto en el resto de la noche.
Quiso odiarla, y trató de convencerse de que de verdad lo hacía, pero, luego entendió que no tendría sentido, ella no era culpable de lo que le estaba pasando… después de todo, no tenía ni la menor idea. Luís entendió la mañana del Viernes que debía enterrar todos esos sentimientos no correspondidos, porque su tiempo, su energía y su alegría estaban siendo consumidos por el fuego ardiente de la traga; se propuso no volver a acercársele ni a hablarle, pero no fue tan fácil, cuanto más se alejaba de ella, más presente estaba en su mente el recuerdo de sus besos tiernos y apasionados, de su voz, de su rostro, de todo sus ser. Pero, una pequeña chispa de esperanza se encendió para Luís, un destello de luz iluminó su desesperación cuando descubrió que la mañana había pasado vertiginosamente sin que él lo notase, por fin, había descubierto una manera de vencer la ansiedad, una manera que se le antojó tan obvia en aquel momento; El mantenerse ocupado a mas no poder lo mantuvo exento de su obsesión, a salvo de sus sentimientos por el resto del día, pero, solo estaba a medio camino… la noche aun no había llegado, la prueba de fuego empezaba en su cama.