UN AMOR PERDIDO EN DOS CANCIONES.
Anoche desperté envuelto en la dulce melodía, de esa melosa canción “bésame mucho” allí entre nieblas de un antiguo riachuelo, la luna hacía gala de su blanco satén, el aroma de la noche a mar y sal, me trasladaron en aquellos nostálgicos momentos de la década de los 40. Allí me encontré yo. Y una hermosa mujer se develo ante mí, sentada a mi lado mirando fijamente tan real, tan vivida con ojos sollozos y labios carnosos y rojos como rosa terciopelada, en mi mesa, a la luz del antiguo candelabro en el medio de la mesa, me susurraba esta canción, en cada beso, en cada mirada se estremecía mi alma, vivida de pasión, en cada verso, en cada palabra me negaba yo a abandonar esos sublimes momentos. Aquella melodía me abrasaba más y más, siendo aquel instante mi nueva realidad. Ya no sabía si era un sueño o algo fuera de lo normal. Esta mujer de pelo negro y ojos azabache brillantes, me fue hechizando y tomándome de la mano suavemente me halo su cuerpo de diosa y al son de su melodía bailamos toda la noche unidos en una sola piel, sus dedos enlazado alrededor de mí, me hacía perder más la razón, le pregunte! Porque perderte? Si siempre he sido tuyo! Y ella colocaba su dedo en mi boca, su cabeza levemente recostada en mi hombro me hacia sentir el ser más especial de aquel lugar.
Besame,
Besame mucho
Como si fuera ésta noche
La última vez
Besame, besame mucho
Que tengo miedo a perderte
Perderte después
Besame,
Besame mucho
Como si fuera ésta noche
La última vez
Besame, besame mucho
Que tengo miedo a perderte
Perderte después
Quiero tenerte muy cerca
Mirarme en tus ojos
Verte junto a mi
Piensa que tal vez mañana
Yo ya estaré lejos,
Muy lejos de ti
Besame,
Besame mucho
Como si fuera ésta noche
La última vez
Besame, besame mucho
Que tengo miedo a perderte
Perderte después
Besame, besame mucho
Que tengo miedo a perderte
Perderte después
Que tengo miedo a perderte
Perderte después
En aquel bohío de la mar, el alba fue desvaneciendo aquella realidad a la cual yo me negaba a abandonar todo ello me desgarraba el alma y cada minuto que pasaba se desvanecía con el viento en la mar, y el amanecer como juez implacable, se imponía aplicando su ley terrenal. Ella se fue difuminando, mientras yo me aferraba a su abraso y a sus manos que levemente iban desapareciendo ante mí.
Y así una radio tan antigua como la religión, dejo de sonar mi canción de ensoñación.
De repente yo entre sollozos desesperado empecé a escucha otra canción que me estremeció de pie a cabeza. Yo no entendía que pasaba, pero mi dolor de amor perdido en melodías antiguas me hizo entender que mi alma era tan añeja como un whisky de barril de roble francés.
Turbio fondeadero donde van a recalar
Barcos que en el muelle para siempre han de quedar
Sombras que se alargan en la noche del dolor
Náufragos del mundo que han perdido el corazón
Puentes y cordajes donde el viento viene a aullar
Barcos carboneros que jamás han de zarpar
Torvo cementerio de las naves que al morir
Sueñan sin embargo que hacia el mar han de partir
Niebla del Riachuelo
Amarrado al recuerdo
Yo sigo esperando
Niebla del Riachuelo
De ese amor, para siempre
Me vas alejando
Nunca más volvió
Nunca más la vi
Nunca más su voz nombro mi nombre junto a mí
Esa misma voz que dijo, Adiós.
Y allí con mi mirada fija en el mar del horizonte naciente de aquel amanecer, perdido como la estatua del pensador, mis pensamientos buscaban respuestas a toda aquella surrealista pintura del pasado y el presente. Quizás sea el destino, quizás sea el universo, almas atrapadas en letras melancólicas de náufragos delirantes por amores perdidos, de novias con corazones rotos a la espera del que el mar le devuelva su amor en olas del tiempo y el olvido. Almas que se enlazan entre amaneceres y atardeceres que se niegan a abandonar su quimérica, fatídica realidad fantasmal.