Las hojas, que normalmente medían hasta 49 centímetros de largo y 20 de ancho, eran enrolladas en un bastoncillo conocido como umbilicus quedando en forma de rollo. Se escribía sobre ellos con ayuda de un cálamo, es decir, un tallo de caña cortado oblicuamente o valiéndose de la famosa pluma de ave. Al resultado final se le denominaba volumen, esta palabra proviene de volverse que significa volver sobre sí. Algunos volúmenes sobrepasaban los 40 metros, se desenrollaban para mostrar el texto anapistografo (en una sola cara) y dispuesto en columnas. Se introducía el trabajo en un cilindro de madera al que se le ataba una etiqueta indicando el título. Ya desde entonces había un contenido estructurado en:
- Relatos religiosos
- Textos mágicos
- Textos políticos
- Textos económicos
- Didácticos
- Literarios
El pergamino fue sustituyendo al papiro progresivamente, el descubridor de tan útil material que contribuyó al proceso del nacimiento del libro fue Eumeneo III, Rey de Pérgamo, de ahí surgió el nombre de pergamineum que después se quedó en Pergamino, su producción comenzó en el siglo III a.C. Para su fabricación se utilizaba la piel de corderos, vacas, asnos y antílopes entre otros animales. El nuevo receptor de palabras tenía varias ventajas sobre el papiro: podía conservarse por más tiempo; en mejores condiciones; era opistografo, es decir, podía escribirse en él por ambas caras; más sólido y permitía el borrado del texto. Las desventajas más grandes que poseía es que resultaba muy caro debido a que requería el sacrificio de muchos animales y el tiempo que tomaba su preparación era demasiado.
Hacia los siglos II y III, en la Edad Media, el pergamino se plegaba formando cuadernos, dejaron de utilizarse los volúmenes enrollados para eliminar el inconveniente de que se estaba obligado a leer todo el texto siguiendo el orden de la escritura haciendo difícil que se pudiera acceder a una parte específica del texto. Fue así como el códice sustituyó al volumen. La palabra códice proviene del término en latín codex y significa bloque de madera, libro.
El códice resultaba más práctico y manejable. Ahora las hojas, de pergamino, papiro o alternadas, estaban cosidas dándole a la obra la apariencia rectangular que prevalece hasta la actualidad. Podía colocarse sobre una mesa facilitándole al lector tomar notas o escribir mientras leía, favorecía la decoración de las páginas sin el peligro de que las miniaturas se craquelaran y era mucho más simple guardar los ejemplares en una biblioteca. Además, instituyó la separación de palabras, la inclusión de mayúsculas, la puntuación (y así permitió la lectura silenciosa), tablas de materias e índices que facilitaron el acceso directo a la información requerida. Todo esto se protegía a través de la encuadernación. Esta organización y características de los códices resultaron tan eficaces que después de 1,500 años de su aparición se sigue utilizando este criterio. Técnicamente, cualquier libro moderno es un códice
En los ejemplares más lujosos al pergamino se le aplicaba oro o se le teñía de color púrpura, se le incrustaban materiales preciosos como joyas engarzadas, láminas repujadas en oro o plata y marfil. Según el número de hojas contenidas antes de doblarlas podían ser duerniones, terniones, cuaterniones o quinterniones. Lo más común es que se formaran textos de ocho dobladas a las que se les quedó el nombre de quaterni para designar a los ejemplares pequeños, aunque hoy en día posean mayor número de páginas.
Los primeros códices fueron en papiro porque era más ligero y fácil de transportar aunque progresivamente este material fue desplazado casi en su totalidad por el pergamino y el papiro terminó siendo utilizado solo para documentos oficiales durante la Edad Media, con la salvedad de que debían reforzarlo por el dorso para evitar rupturas.
Sin embargo, los códices precolombinos se fabricaban con tiras de piel de ciervo o de papel amate que se creaba a partir de las cortezas internas de los jonotes blanco y rojo cocidas en agua con cal. Ellos pegaban entre sí las hojas a modo de acordeón luego de prepararlas con una base de estuco o yeso para finalmente pintarlas.
Todos los documentos en rollos que no fueron transcritos a un pergamino se perdieron para siempre con el paso de los años. Después, el papel llegó desde China a desplazar al pergamino y la cultura árabe lo llevó a Europa en los siglos XI y XII a través de España (Játiva). Resultó un material infinitamente más barato que permitió la difusión del libro de manera amplia, sin embargo, el pergamino continuaba siendo el material utilizado para la confección de ejemplares de lujo.
En este punto es necesario hacer un paréntesis para destacar la labor de aquellos que con dedicación y maestría hacían del libro una obra de arte en aquellos tiempos: Los copistas o amanuenses. Ellos tenían la encomienda de reproducir, difundir y conservar un libro a través de la transcripción, este trabajo era realizado normalmente por los siervos. Un copista experimentado era capaz de escribir de 2 a 3 folios por día, por lo tanto, completar una obra era labor de meses de arduo trabajo tan solo para la transcripción, que una vez finalizada era entregada a los iluminadores que dibujarían las miniaturas e iniciales miniadas: el minium era una sustancia que producía el color rojo de la tinta para las ilustraciones.